viernes, 5 de abril de 2013

Escarches y lo miserable que es uno

Voy a hacer una confesión de esas que relatan las partes más oscuras del alma de uno que reservaba para cuando publicara mis memorias, o mi carrera editorial necesitara de un artículo polémico que me diera popularidad. Al hilo de una escena relatada por Enric González dándole vueltas al tema de los escarches y su relación con el terrorismo nacionalista vascomusulmán he caído yo también en el asunto. Él la nombra de refilón, para ilustrar el tema principal, pero a mí me ha recordado bastantes reflexiones y sombras morales mías previas. La primera vez que la vi fue ficcionada en la ultra-mega-magistral-must serie Hermanos de Sangre (Band of brothers), que narra el frente europeo de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Ya avanzada la temporada, cuando allá por Holanda y tal, el ejército estadounidense va liberando pueblos de la ocupación nazi (¿SPOILER?). Posteriormente la he vuelto a ver en artículos, libros, y mucho más explícitamente, en documentales. Y al final, siempre acabo pensando lo mismo. En el fondo (o más bien superficialmente), me acabo dando bastante asquito a mí mismo. Pero qué se le va a hacer.

No, la cosa no va de judíos. Es el rapado y exhibición pública subidas a un camión de las vecinas que habían estado congraciando y follando con los nazis en la ocupación belga, holandesa y francesa. Éstas, en su mayoría jóvenes y agraciadas, bien por amor o por puro instinto de supervivencia, y como ya he comentado elegantemente, se follaban al enemigo. Voluntariamente, no forzadas. Que eso es otra historia. Al enemigo que en la misma ocupación de su ciudad (no un enemigo abstracto, propagandístico), saqueaba, explotaba, humillaba y asesinaba a sus vecinos y destrozaba sus edificios y sus calles. Cuando los Aliados llegaban y liberaban las ciudades, los supervivientes, resabiaos ellos, les daban el mencionado paseillo. Y ya en la calle los hombres les pegaban, los niños les escupían y las amas de casa les tiraban fruta podrida. Les perseguían, les gritaban, atacaban sus casas, les insultaban, las marcaban. Esta moda se inició en los Países Bajos y fue avanzando con la línea del frente hasta Francia. Y paradojas de la Historia, era una situación análoga a la que realizaban de forma espontánea los vecinos rusos, bielorrusos e ucranianos en sus respectivas liberaciones con sus respectivas concubinas germanófilas. Cosas de la condición humana, me imagino. 

Eso está mal, y es un mal absoluto. Lo veo y lo sé. Reconozco en las imágenes el rencor, el odio, la venganza, la humillación. Todo muy desmedido. Son almas humanas vomitando una bilis negra y ponzoñosa que sólo empeora la injusticia que pretende arreglar. Y sin embargo, no me dan ninguna pena esas zorras. Lo siento en el alma, pero no. Lástima sí, claro. Pero no me sale un yo muy digno de mis adentros que les gritara a la plebe enfurecida no tíos no, no hagáis eso, que también son seres humanos y merecen sus dignidad. Será empatía. Por la plebe, digo, no por las muchachas. Pero no. Y lo escribo ahora, lo releo y me encojo de hombros. Lo único que estoy haciendo es confesarme sin un ápice de propósito de enmienda. Como comentario sociológico, nada más. Así que ahorraos la moralina, porque es que no puedo asegurar, por mucho que yo sepa que está mal, que de vivir yo allí no disfrutaría rapando y escupiendo yo mismo a cualquiera de esas putas. Será que no tengo yo una moralidad a prueba de bombas (quizá ni acaso de petardos), que la propaganda me ha calado hasta los huesos, que tengo una visión muy depurada de lo que es una guerra y la humanidad o que de esta última no tengo ninguna. Y quiero creer, seguramente porque me veo obligado a ello, que de haber ostentado algún tipo de cargo de autoridad en tal situación habría hecho algo por detenerlo. General, comandante, alcalde o algo así. Más por defender unos principios universales en los que se supone que creo que por sincera piedad. Pero como no, como hubiera sido un manolo más, hubiera disfrutado dándole yo mismo el primer guantazo. Igual aquí la pregunta definitiva es si hay odios legítimos, porque que el odio habla es una evidencia. Yo para ciertas preguntas no tengo respuestas. Pero tengo intuiciones, y a falta de algo mejor son las que dejo que me guíen.  Así que hoy vuelvo a ver una nueva versión de dichas imágenes, que al final es una historia más vieja que las piedras, y me quedo igual. Lo dicho. No me dan ninguna pena esas zorras.


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