viernes, 15 de febrero de 2013

La transformación

Podría decir que todo empezó cuando me rodearon, pero en realidad fue ahí donde todo acabó. Aquél fue el principio de un interminable fin. No sé cómo pude escapar, pero desde luego no lo hice indemne. Sé que corrí más de lo que mis piernas aguantaban, mucho más lejos de lo que mis pulmones resistían, corrí como si se me escapara el alma por la boca. Cuando estuve a salvo, no me sentí así, estaba nervioso y el corazón me latía extrañamente fuerte, a pesar del esfuerzo físico realizado aquellos latidos eran excesivos, jamás me había sentido así. Creo que sudaba aunque no estaba seguro. Creo que apretaba las mandíbulas y creo que me temblaban tanto los dientes, en un bruxismo tan violento, que creo que me rompí un colmillo y que el sabor metálico que notaba en la boca no era fruto de mi imaginación. Creo que tropecé y creo que tenía algo roto, pero ya sólo sentía la sangre fluir torpemente por mis venas, como si se estuviera espesando y el histrionismo de mis sístoles y diástoles apenas dieran abasto para mantenerme vivo. No estaba bien, eso desde luego, la realidad había retrocedido dos pasos y se alejaba de mí, por ello escuchaba todo como en la distancia y veía el mundo con retardo y con los contornos de todo lo visible e invisible dejando estelas a su paso, nublando mi percepción. En algún momento caí al suelo y no pude levantarme, todo se volvió oscuridad y silencio.
Igual pasé 5 minutos allí tirado o igual fue un día entero, pero al fin y al cabo podemos confirmar que me levanté. No era capaz de articular palabra, todo lo que alcanzaba a vocear eran gruñidos. Y alaridos. Y aullidos. Gritaba porque me dolía todo. Y todo no es sólo lo que me debía doler, las heridas del día anterior y todas las lesiones que acumulé en mi huida. No. Todo es todo. El silencio y la calma que el frenesí de mi corazón dejó había sido sustituido por una lucidez insólita a la hora de reconocer y sentir nuevos dolores. Me dolía la piel, cada roce del viento, las articulaciones, las mucosas, la sequedad de los ojos, las uñas, incluso cada idea que mi abotagado cerebro era capaz de traer al primer plano de la consciencia. Me dolía el hambre que tenía, un hambre indescriptible, de extrema necesidad, un hambre animal. En la garganta se me acumulaba una ruidosa manifestación de preguntas y quejas que escapan de cuando en cuando desordenadamente hacia el exterior en forma de berridos ininteligibles.
Era uno de ellos, al fin, la infección se había propagado por todo mi organismo y me había convertido en uno de ellos. Ya sólo podría votar al PP.

P.D: Maburro.

"Me vuelvo vulgar cuando me empalmo".

No hay comentarios:

Publicar un comentario