domingo, 30 de octubre de 2011

*Estrambótico y solitario

Cuando corté el cordelito de mi barrilete
y comencé a volar yéndome de su vera,
todo fue beber, cantar, ver el sol esconderse
y pensar a todas horas en Milan Kundera,
en su ralea, en su papá y en su mamá.
¡Qué bonito es poder volar raudo hacia el destino,
que todo sea libertad, beber y follar
(con las pocas locas que quieran follar conmigo)!
¡Ay, Milan, cuanta consciencia de lo que es uno!
Son los pájaros los que están hechos para el cielo,
no lo supe hasta que te leí, inoportuno.
Viajo con la incertidumbre de no tener peso
y todo está en silencio cuando todo está oscuro.
El suelo cada vez lo veo más y más lejos,
sólo queda mi barrilete,
y cada día menos gente,
y cada vez tengo más miedo.


P.D: Yo a mi rollo...

"Soy un bebé estúpido de 23 años con reticencias morales hacia los pechos."

jueves, 27 de octubre de 2011

Evolucionare

Y me sorprendí a mí mismo tarareando de forma compulsiva, de nuevo, la banda sonora de Benny Hill. La tenía clavada en la mente como un anzuelo y no era capaz de quitármela. Llevaba varios días sin parar de repetirla en voz baja, a veces más rápido, a veces más lento, a veces nota por nota de tal forma que ya había perdido todo sentido. Ya no era música, ya eran notas sucesivas, ya no tenían coherencia ni cohesión, ya no representaban a un policía gordo y rubio corriendo detrás de una asistenta ligera de ropa. Más bien se había convertido en un mantra, en un acompañamiento de la respiración. Era como el zumbido de un mosquito. De nuevo la Naturaleza mostraba su poco sentido común. ¿Qué sentido tiene el zumbido del mosquito? Un ser tan diminuto e indefenso no debería ser tan molesto. Si su supervivencia depende de su proximidad a otros seres, ¿por qué alertarlos de su presencia con un sonido desagradable y que hace que te pique la oreja y que escuches zumbidos donde no hay más que silencio? Habría sido mucho más lógico que los mosquitos no emitieran sonido y en el que caso de hacerlo, que fuera un sonido melodioso y agradable, que al escucharlo uno dijera "¡Vaya, un mosquito! A ver si se me posa en la oreja aunque me pique". Y, más aun, no tiene sentido que las picaduras de los mosquitos se conviertan en feas ronchas que pican. Si esas ronchas fueran inapreciables y, en lugar de picar, provocaran un aumento de pene nadie tendría problemas en ser picado. Pero no, la Naturaleza prefiere orientar la supervivencia hacia la hostilidad y hacia la supremacía belicosa y hacerle esa jugarreta a los mosquitos y a todos los seres que los padecemos y que por las noches nos abofeteamos la cara cuando los escuchamos cerca y encendemos la luz para cazarlos y nos quedamos un rato tumbados por si los vemos aparecer y los maldecimos y perdemos el sueño. ¿Quién puede creer en un diseño inteligente viendo a los mosquitos?, ¿y en la evolución? Cada vez que me muerdo un cachete mientras como, me alejo un paso más de Darwin. ¿Cómo podía sobrevivir alguien como yo en este mundo?, ¿cómo iba a obtener la aceptación, el éxito, unas anchas caderas y una manada con la que convivir, si seguía tarareando la banda sonora de Benny Hill? Que me perdone Manolo García, pero es mucho más difícil lidiar con la situación de ser un bailarín amarrado a la puerta de una cuadra.


P.D: Es cierto, a veces se me va un poquitín.
P.D.2: Iba a adaptar un poco el texto y a atribuírselo al señor Fresnedoso, pero ni le casa ni le pega.

"Si evitara el dolor y el escarnio­ reflexivo no tendría ese aire masoquista y bohemio que tan atractivo me hace para los psiquiatras y nubarrones..."

lunes, 24 de octubre de 2011

"Adiós, mafiosos, adiós", Pablo Ordaz

Si algún día de estos, mareados por la lógica alegría, se olvidan de quiénes eran y a qué se dedicaban los tres pulcros encapuchados que salieron ayer en televisión, llámenme y charlemos. Ahora estoy en Roma, pero tengo buena memoria y aquí el café es excelente. Es verdad que no retengo demasiado bien las fechas, pero sí las caras y los olores. Las caras de Alberto y de Asen, por ejemplo. Regresaban de madrugada a su casa de Sevilla cuando un terrorista los mató a los dos, dejando a tres niños solos para siempre. También recuerdo el rostro de Joseba, que en el sótano de la Casa del Pueblo de Andoain me enseñó -qué valiente era aquel tipo- una llave gigantesca hecha con corcho blanco y papel de plata que pensaba entregarles a los que, con la nocturnidad de los cobardes, le habían quemado el coche y colocado una llave de verdad en su buzón para advertirle de que en cuanto quisieran se lo cepillaban. Lo hicieron, malditos sean, unos días después. También recuerdo la angustia que me embargó aquella mañana en Rentería durante el pleno de condena por la muerte de José Luis Caso. Un hombre sentado junto a mí movía la pierna con nerviosismo. Su rodilla golpeaba la mía. Le pregunté qué le pasaba, me dijo que José Luis era su amigo, que fue él quien lo convenció para que se metiera en política, pero que ahora lo habían matado y que él tenía que ocupar su puesto de concejal del PP. Le di un abrazo y le deseé suerte. Dos o tres semanas más tarde fui a su entierro. A Manuel lo asesinaron cuando regresaba de comprar el pan. Nadie vio nada. Nunca nadie veía nada. En aquellos tiempos no tan lejanos, solo la mafia lo veía todo.

Gracias a esa gente que vivió con sus ideas a cara descubierta, aunque le fuera la vida en ello, estamos celebrando ahora la derrota

Así que fíjense, aquí en Roma, tomando café en el San Eustaquio -tal vez el mejor café del mundo- y recordando a los hombres y a las mujeres valientes. Gracias a ellos, no se líen, estamos celebrando ahora la derrota de la mafia. A esa gente que vivió con sus ideas a cara descubierta, aunque le fuera la vida en ello. Nada que ver con los de las capuchas o los que, desde las ventanas cerradas del miedo o la complicidad, siguieron viviendo cómodamente mientras a otros se les caían las llaves para mirar disimuladamente si les habían puesto una bomba en los bajos del coche. Pero dejémoslo, no es día de rencores sino de alegrías. Hoy es un día mucho tiempo soñado, así que ya no les cuento que Silvia tenía seis años cuando la asesinaron o que se me saltaron las lágrimas cuando, camino de Ermua, me enteré de lo de Miguel Ángel. ¿Se acuerdan de aquella imagen del padre llegando a su casa con la ropa de trabajo manchada, agarrotado por un presentimiento, sin saber todavía que a su hijo, al que había conseguido dar una carrera después de una vida de desarraigo y estrecheces, lo habían secuestrado para matarlo? En fin...

Dejemos el café y pidamos una grapa o un chacolí de Getaria o una manzanilla de Sanlúcar o, casi mejor, un tequila de mi adorado México y brindemos por la derrota de la mafia. Ah, pero antes les dije que tenía buena memoria para los olores. Y de aquellos años que me tocó escribir de los verdugos y las víctimas recuerdo un olor en especial. El olor a quemado de las Casas del Pueblo. Déjenme que les cuente. Durante aquellos años oscuros en que ETA puso en marcha lo que vino en llamar con ese lenguaje suyo tan ruin "la socialización del sufrimiento", en muchos pueblos del País Vasco solo quedó una lucecita encendida, un voluntarioso y heroico faro en medio del temporal. El de las Casas del Pueblo. Al atardecer de sus vidas, jubilados de los Altos Hornos o de La Naval, algunos con apellidos interminablemente vascos y otros con el sur del que emigraron acariciándole el acento, se juntaban en la Casa del Pueblo para retarse al dominó o a las cartas. Vistos desde fuera -desde los cristales blindados de la mil veces quemada Casa del Pueblo de Hernani- parecían jubilados corrientes, café corriente, coñac corriente, achaques corrientes, batallitas corrientes. No era así. Se lo digo yo que los observé durante tardes enteras. Hacían como que tomaban café, pero a lo que se dedicaban verdaderamente era a la política. Resistencia civil frente a la mafia. Lo habían hecho en sus años mozos frente a Franco y lo hacían ahora frente a los nuevos dictadores del terror. Los jubilados jugando a las cartas entre los restos de una Casa del Pueblo que acababan de quemar fue durante mucho tiempo la estampa más conmovedora y más democrática. La única que rompía el paisaje ultranacionalista que la mafia quería imponer.

Así que disculpen la plática y, ahora sí, brindemos ya por ellos a la sombra del Panteón. Ellos son hoy los protagonistas. Esta paz fue construida día a día, durante años, por un jardinero de Zarautz que iba al trabajo con escolta, que no podía bajar la basura y que los fines de semana se tenía que ir de Euskadi para poder pasear a solas con su hijo. No, nunca, jamás, por un pistolero con su ridícula capucha. Brindemos lo que haga falta, pero sin olvidar ese pequeño detalle.

...................................................................................................................Pablo Ordaz 

jueves, 20 de octubre de 2011

Amarillento ámbar

- Deberías empezar a leer según tu estado de ánimo. Es lo que yo hago. Disfrutas mucho más.
- ¿Por ejemplo?
- Mira, es fácil. Si sientes odio y asco en tu interior, lee a Bukowski. Si te encunetras especialmente discurrente y con el intelecto afilado, lee a Borges. Si te sientes aventurero, lee a Pérez- Reverte. Si estás completamente feliz, a  Cortázar. Si estás más bien cascarrabias y enfadado con el mundo, puedes leer también a Pérez- Reverte, pero sólo sus artículos.
- Entiendo.
- Es así. Si estás nostálgico, puedes leer a Vargas Llosa. Pero sólo si estás dispuesto a leer una gran novela. Y no me refiero a una novela buena, que también, sino a una novela larga.
- Vale.
- También hay días en los que estás muy activo, como con mucho movimiento interior. Esos días puedes leer a Bolaño. Si te tumbas en un butacón y rumias sobre la humanidad, entonces lee a Hemingway. Pero si te sientas en un butacón y rumias sobre España, entonces lee a Buero Vallejo. O a Sender. Y si estás triste, a Delibes.
- ¿Y cuando debería leer a Paul Auster?
- No sé, nunca he leído nada de Paul Auster.
- Ah.
- No tengo nada en contra suyo. Simplemente no he leído nada de él.
- Es bueno. Quiero decir, dicen que es bueno. Realmente bueno.
- Puede ser.
- ¿Y tú qué estás leyendo ahora?
- Bukowski.
- ¿Por qué?
- No sé. Siento odio, me imagino. Y asco. Y una especie de esperanza desesperanzada. Ya sé que suena imbécil, pero eso así. Es como si dijera ey, venga tío, todo esto puede arreglarse. De verdad, PUEDE arreglarse. Pero en el fondo sabes que nada va a cambiar.
- ¿Por qué?
- Porque no.
- Eso no es una respuesta.
- Mira, a ver. ¿Has entrado alguna vez en una casa en la que vive alguien, pero del que nadie tiene noticias desde hace días? Y entonces consigues entrar, y cuando abres la puerta todo lo que ves es una cocina desordenada y sucia, un salón mugriento, y un cadáver tirado en el suelo de la cocina sobre un gran charco de vómito. Y ese hombre era un borracho, tú lo sabes porque bebías con él, o simplemente lo sabes, y lo ves muerto ahí tirado con un par de moscas revoloteando sobre su cuerpo.
- No. Gracias a Dios.
- En realidad yo tampoco. Pero me siento así.
- ¿Tú eres el muerto?
- No. Una de las moscas.
- Vaya...
- Sí, así es.
- ¿Sabes lo que creo? Creo que tú eres Bukowski.
- No, yo no soy Bukowski. Ya quisiera yo. O no.
- No, me refiero en sentido figurado. Quiero decir, que cuando te sientes así, necesitas coger un libro de Bukowski para leerlo, porque así tú lo fabricas también y eres como si fueras él haciéndote a tí mismo, ¿me entiendes? Tú eres Bukowski porque creas a Bukowski, entonces te conviertes en él. ¿Me explico?
- No. No entiendo una mierda. Pero yo no soy Bukowski, eso te lo aseguro.
- Ya, puede ser. Realmente estoy un poco disperso ahora mismo. ¿Qué podría leer?
- Podrías coger un libro de Fernando Arrabal.
- Ya.
- Pic-nic, por ejemplo.
- Pero, ¿sabes? De todos modos creo que no es como dices. Creo que cuando leer a Bukowski te sientes como esa mosca, eres esa mosca, pero cuando lees a Borges estás todo el tiempo pensando y reflexionando y te vuelves más inteligente, y cuando lees a Cortázar entonces eres feliz.
- Yo creo que no.
- Pues yo creo que sí. Y creo que si todos leyeramos a Cortázar, todo el mundo sería más feliz.
- ¿Y vas a hacerlo tú?
- ¿Qué?
- Leer a Cortázar para ser más feliz.
- No.
- ¿Por qué?
- Porque yo no me merezco a Cortázar.
- Momento para leer a Bukowski entonces.
- Puede ser.
- Salud.
- Salud.

jueves, 13 de octubre de 2011

PATOS arreglando el mundo (3)

Voy por una calle peatonal y más bien estrecha. Nadie a la vista salvo una señora que viviendo es mayor pero que si se muriera, mi madre diría que era joven (unos 60 años, más o menos). Iba ensimismada y mirándose los zapatos. Se dio la típica situación en la que dos personas van de frente y se van cortando el paso sin querer, ladeándose a la vez hacia el mismo lado. El caso es que ella lo hacía sin querer, porque ni siquiera me había visto. Pensé "¡Qué talento para la defensa en el 1vs1!".

[Hasta ahora la historia estaba teniendo más chicha en mi mente que en el mundo. A partir de ahora me limito a transcribir lo que os juro que pasó.]

Cuando ya estábamos a poco más de un metro de chocarnos, se percató de mi presencia. En una fracción de segundo, me miró de abajo hacia arriba, se abrazó a su bolso, corrió hacia el otro lado de la calle y siguió andando.
Me molestó. Me sentí ofendido e insultado porque aquella señora me había llamado ladrón con la mirada, así que la perseguí y la paré para pedirle una explicación. Cuando me vio correr hacia ella se asustó más si cabe (ahora, en frío, lo veo lógico):

- ¡Señora, que no pensaba hacerle nada! -nefasta elección de palabras: ¿no pensaba hacerle nada?, ¿acaso ahora sí?
- ¡Ay, qué quieres, déjame!
- Señora, tranquilícese, por favor. No me ha gustado que se haya cambiado de acera y se haya agarrado al bolso como si yo fuera un ladrón.
- No, si yo no...
- Sí, señora, no me engañe que me he dado cuenta. Me ha molestado porque yo no...
- Ay, hijo, y una qué sabe las intenciones con las que va la gente.
- Ya, pero...
- Además, algunos de tu país son... Como no tienen trabajo, claro, los pobres, tendrán que comer, pero son unos ladrones.
- ...
- Pero perdona, hijo, he estado a nada de pegarte y todo.
- ...
- Perdona...
- Vale, señora, muy bien, no pasa nada, disculpe. Yo na más que quería decirle que los prejuicios y las aparien...
- ¿Los qué?
- Nada, señora, disculpe.

Y me fui. Creo que le di una lección y ojalá en un futuro esa señora no vuelva a juzgar por las apariencias a la gente de mi país (¡¡¡¿¿¿???!!!).


P.D: Creo que la transcripción del diálogo es exactamente como ha sucedido hace unos minutos. Todavía me descojono.

"Deberíais ver lo último de Concha Velasco. No tiene pérdida."

sábado, 1 de octubre de 2011

La del infinitivo

Y llorar por el gusto de llorar,
consagrar una vida a la falta
y a la búsqueda del placer.
Destacar en el arte de lo vulgar,
escalar la montaña más alta
y caer por el gusto de caer.
Reír y nacer para explotar,
explorar el mundo del equipaje
y los recovecos de una tez,
recorrer y ver un centenar
de atajos sin rodeos ni ambages
que ríen y nacen para envejecer.
Tener vista, vivir para ganar,
ser súbditos de un imperativo,
arrojados al mundo con desdén.
Vomitar hasta rebosar el mar
resumir la vida en un infinitivo
sin tener ojos ni ganas para ver.
Darse por vencido al terminar
con el final como feliz excusa,
disculpar al tiempo en su tozudez
esperando que empiece un final
que lisonjea con amor la repulsa,
que termina, sin dar ni vencer.


P.D: ¡Hola!

"La presidencia del Gobierno debería poder dejarse desierta a jucio del jurado..."