domingo, 25 de diciembre de 2011

Cierro

Ni yo de amor me muero,
ni tú los encuentras mejores,
ni tú estás jugando en serio,
ni he llegado al Game Over.
Con las penas asomadas a un pretil
el mundo juega a los equilibrios
en una mano lleva dos libros
y de contrapeso me lleva a mí.
Y se va el roce de tu cuerpo
como las alegrías y los sabores
tan lejos, tan lejos
como se ven pasar los aviones.

Ni yo soy yo mismo contigo,
ni tú tienes el coño pa tonterías,
ni yo lo asumo, ni lo asimilo,
ni tú denuncias en comisaría
el robo de un abril extraviado.
El hielo que exhalas tapa con gasas
por do sangran los pecados
de imaginarme con tus gracias.
Y tu vida se tumba en el cierro
a ver pasar a los penitentes
tan muertos, tan muertos
como una acacia en Noviembre.

Ni soy el fondo de un plato,
ni tú has muerto de inanición,
ni se nos mueren las manos,
ni sabemos contar hasta el dos.
Sin delitos para confesarle
al poniente que nos mueve las ganas,
ni ganas de rendirnos al arte.
Tan esperpéntico, tan fulana.
Y mienten tus ojos de lobezno,
como de nunca haber matado
tan tiernos, tan tiernos
como un cuchillo en el costado.


P.D: Perdonad si alguno pensaba publicar hoy.

"¿Y no creéis en los milagros? Pues mirad los telediarios del día 24 de Diciembre, veréis como ese día no ha muerto nadie..."

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Martín Lotero

Llevábamos años detrás de Martín Lotero. Evidentemente no era su nombre real, pero alguien tuvo el ingenio de ponerle ese nombre en clave off the record y finalmente se le quedó, como los motes en el colegio, hasta el punto de que en los informes oficiales de la comisaría acabó apareciendo con ese pseudónimo.
Estábamos ante uno de los más hábiles y limpios ladrones de la historia de nuestro país. Decía Kevin Spacey en la voz de Verbal Kint, protagonista de "Sospechosos habituales", que el mayor mérito del diablo había sido convencer a la humanidad de que no existía. Verbal, Kevin o el guionista que escribiera la frase mentían. El mayor mérito del diablo fue convencernos a todos de que estaba dentro de nosotros, de que todos y cada uno de los ciudadanos de este mundo eran sospechosos o, mejor aún, culpables en potencia. Un crimen no es perfecto cuando no se puede descubrir al criminal, sino cuando incriminan a otro. Y ese era el modus operandi de Martín Lotero. Había convertido en presuntos ladrones a todas las personas de un país entero.
El asunto es sencillo: Martín sabe de antemano el número que va a tocar en el Sorteo de Navidad. Sabe con meses de antelación en qué ciudad caerá y cuál será el boleto premiado. Parece algo de brujería pero la forma de conocer los números, aunque desconocida, debe ser un sistema sencillo, diseñado para niños de 5 años, una chorrada, algo que cualquier disminuido mental entendería, un método que podría usar hasta Carlos Fabra.
Una vez identificada la ciudad y la combinación ganadora, se instala en un barrio obrero, se busca un nombre falso, se hace amigo de los tertulianos del bar a base de invitar a rondas, participa en las verbenas, ayuda a fastidiar a un toro en las fiestas locales y, en fin, se integra. Llegado el otoño, compra boletos con sus amigos del mus, con los del dominó y con la peña del club de fútbol local, asegurándose de ser el encargado de custodiar las papeletas. El día del sorteo, cuando toca, se lleva el dinero del premio y desaparece para siempre. Si siempre le tocara el Gordo a la misma persona levantaría sospechas, pero siempre le toca a alguien distinto, en distinta ciudad, con amigos distintos y siempre queda el mismo paisaje con los mismos testimonios: “No contesta al teléfono”, “Donde estaba alquilado hace días que no lo ven”, “Yo esto no me lo esperaba”, “Parecía un hombre tan amable”, “Éramos amigos íntimos de toda la vida”, “Mide 2’50 metros y escupe alternativamente llamaradas y escudos medievales”, etc.
Y ahí tienes a grupos de amigos mirándose desconfiados en la cola de las oficinas de loteros. Y ahí se van después a fotocopiar y compulsar papeletas, con firma e iniciales de los interesados. Y ahí está descojonado Martín Lotero, viendo por la tele el desastre de la desconfianza, la codicia y la Navidad.


P.D: Es un clamor popular lo de este blog xD.

"Admiro a deportistas más jóvenes que yo, mis ídolos se van retirando y para vérmela entera tengo que meter barriga. Creo que me hago viejo."

sábado, 10 de diciembre de 2011

"Yo para ser feliz quiero un camión"

Ya llevaba 20 años dándole vueltas a aquel enorme volante, que si se las hubiera dado a un tapón habría podido desenroscar la Tierra misma (y se le habría ido el gas). Toda una vida metido en la cabina de un camión, por interminables y tediosas rectas, metiendo el camión en almacenes inaccesibles, subiendo cuestas casi verticales, circulando por carreteras de curvas y contracurvas de las que tienen esas señales de peligro que la DGT define técnicamente como “Cualquier día mi Manolo se mata”. Sus únicos compañeros de viaje eran una pila de casetes antiguos de Carlos Cano y la carga: a veces detergente, a veces televisores, a veces tailandesas menores, a veces cajas de cartón para meter detergente, televisores y tailandesas menores. Y por debajo del camión la alfombra gris para correr.
Tantísimos años llevaba conduciendo que 500 metros antes de que el coche blanco llegara al cruce, ya sabía que se iba a colar, no sabía cómo, pero se lo notaba. Y él no pensaba frenar, faltaría más, que tenía la preferencia. A 300 metros se preocupó porque el del coche parecía decidido a no cederle el paso. A 100 metros pensó que a la gente le regalan el carné. A escasos 20 metros del cruce la suerte estaba echada y rápidamente pulsó con ansias el claxon. El fallo es que en 20 años no había cambiado nunca la bocina y no tenía presión, así que el descerebrado del coche blanco parecía seguir ajeno a lo que se le venía encima, que no era poco. Seguía pulsando desesperademente el claxón o, mejor dicho, se había liado a hostias con el volante pero no conseguía arrancarle ningún sonido de viento, aunque bien es cierto que los de percusión tenían un volumen nada desdeñable. Aquel camión seguía mudo ante la desolación de su dueño.
Con el volantazo el camión derrapó, la cabina se soltó de la carga y empezó a dar vueltas de campana. El móvil, la cartera y un San Cristóbal que había en el salpicadero rebotaban por todas partes y son de calabacín, el ambientador y el cenicero se vaciaron por doquier de calabazón, el conductor iba sin cinturón por lo que en poco tiempo se unió a la fiesta de la ingravidez con la calabaza que sale del corazón. Aquello no se paraba, venga a dar volteretas con el tiempo detenido, que lleva mi niña escrito por las enaguas un letrero que dice “tu amor me mata”.
Cuando la cabina del camión se detuvo por fin, cayó en pie y con cara de que no había pasado nada como cuando alguien tropieza por la calle y da una carrerita para simular haberlo hecho adrede. Dentro había un escenario pedropiquerístico con las alfombrillas fuera de sitio, San Cristóbal decapitado, Carlos Cano lleno de colillas y por todas partes, trocitos de las ventanillas y un conductor sin conocimiento con brechas en la cara, un brazo roto y la palanca de cambios incrustada en la entrepierna.
Meses más tarde todavía no había podido salir de su casa, el trauma lo incapacitaba para coger un camión de nuevo y se sentía inútil, perdió toda fuerza y no le quedaban ganas de vivir. Notaba que sus hijos se alejaban de él para no soportar sus interminables peroratas depresivas, pero con diferencia lo peor era que la maldita palanca de cambios no había amputado su pene pero lo había inutilizado de por vida. No se respetaba a sí mismo, no era capaz de mirar a su mujer a los ojos, se sentía menos hombre y era presa de la impotencia en varios sentidos. Su hombría, la de un camionero, tirada por los suelos, pisoteada.
Su mujer soportaba cada vez con menos estoicismo la situación que les había tocado y los desencuentros cada vez eran más frecuentes y cada vez más intensos.
La vida se había transformado en un infierno y todo porque no le funcionaba el pito.


P.D: Gilipollez máxima.

"Para ser casi feliz no hace falta casi nada"


miércoles, 30 de noviembre de 2011

Una de zombies (y parte III)

Total, que no hubo manera de que los chinos entraran en razón y las peores pesadillas del presidente estadounidense se hicieron realidad. A la mañana siguiente, el presidente de la República Popular China mandó a sus tropas que se retiraran y lanzó un puñadito de cabezas nucleares propulsadas con misiles. Los DF-5 intercontinentales no tuvieron que recorrer medio mundo para llegar a su objetivo, pero de todas formas armaron el pifostio al caer como si para ello hubieran sido concebidos.
Cuando explota un arma nuclear, quienes tienen la mala idea de mirar hacia la explosión, muy probablemente se quedan ciegos. Y casi son afortunados, porque así se libran de ver la gigantesca y aterradora bola de fuego. Es típico que en el punto exacto de la detonación se alcancen temperaturas 15 veces más altas que las que hay en el centro del Sol. Cualquier persona a menos de 45 km muere por la radiación térmica. Después de eso, el aire que rodea la explosión se quema y se expande formando una brutal onda de choque que arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Como el aire que rodeaba la explosión se ha ido en la onda y se ha elevado, se forma un vacío provocando que tras esa onda de choque, un feroz viento corra en dirección opuesta derribando lo poco que pudiera quedar en pie. Todo ello unido a que el 80% de la energía de la explosión no se libera como calor, sino como destructivas radiaciones ionizantes y que poco después, todo el polvo liberado en la atmósfera empieza a depositarse y a caer en forma de lluvia radioactiva, no hacía presagiar que de Kazajistán y de Kirguistán quedaran más que dos enormes solares funcionando a tiempo completo como cementerios self-service. Y, hablando de cementerios, ¡ay, si los muertos de esa zona pudieran hablar! Tantos rebaños y tantas gentes de aquí para allá, tanta bomba, tanta monserga y tantos terremotos de un lado a otro sin parar de mover las tierras en las que intentaban descansar, apenas podían conciliar el sueño eterno que les correspondía y ni tenían la sangre coagulada en las arterias después de tantos años. Menudo ajetreo de muerte tenían, que ni en vida habían estado tan movidos. Muchos de ellos ni se extrañaron al ver que podían volver a moverse y con total naturalidad rompieron a puñetazos las tapas de sus rudimentarias tumbas para salir al exterior. Alguno un poco lúcido, ya en la superficie, tuvo el acierto de preguntar “¿Cómo es esto posible, si recuerdo perfectamente haber muerto?” y como hasta entre los muertos vivientes hay sabihondos, de algún lugar surgió la voz de un listillo que dijo “¿Pero no es evidente que, al no estar protegidos en una jaula Faraday, el intenso pulso electromagnético generado en una explosión nuclear nos ha devuelto a la vida? No hay más que ver la que hay montada aquí fuera”. A pesar de lo pedante, al zombi no le faltaba razón. Habían vuelto a la vida en mitad de un invierno nuclear, y en pleno oscurecimiento radioeléctrico no podrían ni llamar a sus familias para contárselo (aunque, bueno, es probable que todos estuvieran muertos).
La reconstrucción no fue fácil porque a pesar de que algunos zombis sólo parecían haber pasado una mala noche en lugar de haber estado años bajo tierra, la mayoría no conservaban intacto el cerebro y tenían mermadas sus capacidades motoras. No obstante, dirigidos por los zombis más inteligentes, los demás fueron volviendo a levantar casas, poniendo suelos en las calles, excavando un alcantarillado (que falta le hacía a esos países) y, en fin, rehaciendo todo lo que fuera menester rehacer. Los zombis menos espabilados se limitaban a obedecer órdenes de sus superiores, a trabajar, a descansar a ratos del trabajo, a comer cuando el trabajo lo permitiera y a no protestar, no como si no tuvieran ahora la capacidad de pensar, sino como si nunca antes la hubieran tenido. Como la clase media.
En el tema de la comida todo iba sobre ruedas porque bien es sabido por todo el mundo que los zombis se alimentan de cerebros humanos y allí, desperdigados por doquier, había cadáveres para ir tirando, por lo menos, hasta que se hubieran establecido en sus nuevos hogares. Ya pensarían más adelante en repartos de cerebros a domicilio o cosas así. En cualquier caso, algunos de los zombis listos ya habían mantenido contactos diplomáticos con Taryikistán, un país vecino a Kirguistán. Al parecer, los tayikos estarían dispuestos a suministrarles cadáveres a los zombis a cambio de algunos trabajadores zombis por aquí, algunos soldados zombis por allá y quizás zombis menores por acullá. El problema residía en que al parecer desde hacía muchos años China tenía ciertos tratados de cooperación con Taryikistán por los que estos habían prometido darles sus muertos a los chinos y ahora el presidente de la República Popular China estaba enfad… ¡Bufff, qué pereza! ¿No os cansa a veces el mundo en el que vivimos?



P.D: Ea, po hasta aquí la historia de los zombis. Siento si os ha defraudado que los zombis sean consecuencia (en parte) de la bomba nuclear, pero es que la historia es asín. En realidad esto podría haber sido un minimalismo más, pero me lié a hablar de los políticos y fue lo que salió.


"Desde que no fracasa, el suicida ya no es lo que era..."

martes, 29 de noviembre de 2011

Os vamos a destrozar

Te guardaremos tu tesoro. Te cobijaremos día y noche en las tinieblas de nuestra fortaleza. No sólo te vamos a proveer de aquello que hasta hoy considerabas básico, sino que vamos a dibujarte y convertirte en materia aquello que soñaste y creíste que nunca podía ser tuyo. Te sonreiremos porque sonríes, te diremos que te queremos porque nos quieres, jugaremos juntos a ser amigos y cuando te marches por la puerta giratoria te irás con la sensación de haber redondeado tu vida, de haber apostado a caballo ganador, y compartirás con tus seres queridos la supuesta felicidad que llegaba con lo que te habían cedido. Y vivirás durante miles de días con nuestro recuerdo intacto, con la única comunicación telegráfica que sólo te llevará una tranquila rutina completarla. Y trabajarás, jugarás con tus hijos o con tus sobrinos, harás el amor con tu pareja, saldrás y entrarás disfrutando de aquello que te concedieron, los días serán sólo veinticuatro horas tras veinticuatros horas, y nada más que recordarás el alcance del mes para disfrutar de tus vacaciones, preguntarle a tus hijos por sus notas y aprovechar la llegada del otoño en verano y la de la primavera en invierno.

Hasta que un día descubrirás que nada de eso era cierto. Que te engañamos con falsas promesas que nunca se cumplieron, que te ocultamos lo que ya sabíamos para colmar nuestra ambición, que jugamos y nos estrellamos una y otra vez con lo tuyo en el circuito inmenso del mundo, y guardamos para nosotros una y otra vez lo que salió de lo que te pertenecía. Nos apoyamos en nuestros amigos, que nos dieron el poder y nosotros a ellos el dinero, y somos inmortalmente irreductibles unidos mientras que vosotros lloráis y lamentáis vuestro error. Aplacamos cada embiste de nuestro error con la coraza de lo vuestro, desgastándola hasta que ya no existe para poder huir con la tranquilidad de tener todo lo que soñamos y la inmunidad que se necesitaba. Y seguimos llamando a vuestras puertas, con la falsedad por bandera, denunciando lo que por nosotros se provocó y obligándoos a dejar lo poco que os queda, poniéndoos la soga al cuello y apretando un poco cada mañana hasta que digáis basta, y creáis que todo se acabó. Pero no todo acaba ahí, porque con lo vuestro en nuestra posesión, os vais a dar cuenta de que no era suficiente con dar aquello que te intercambiaron mientras tu sufrías la inmensa losa del trabajo diario, vais a seguir perseguidos por el ladrón, como una víctima que huye de su asesino sin la esperanza del fin, sólo dejando en el camino los resquicios de esperanza que te labraste cada temprana mañana para morir asfixiado por la persecución y viendo la sonrisa del malvado, la sonrisa de la tranquilidad y la seguridad que creíste tener y nunca tuviste. La sonrisa frente a la hemorragia. La libertad eterna frente a la esclavitud moderna. La vida frente a la muerte. Los bancos frente a la gente.

Os vamos a destrozar.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Una de zombies (parte II)

“Señor Presidente, unos campesinos de un pueblo cercano a la frontera china estaban con sus ovejas pastando y esas cosas cuando han visto una cantidad enorme de soldados chinos. Aseguran que tenían botellas de camping-gas”, “¿Por qué lado de la frontera?”, “Los pastores a nuestro lado y el ejército al suyo”, ¿Hay confirmación vía satélite?”, “No, Señor Presidente”, “¿Por qué, maldita sea?”, “Porque en Kirguistán no tenemos”.
En Rusia y en EEUU, que sí tenían satélites, habían visto el despliegue del ejército asiático en todo su esplendor. Los rusos no tardaron en reaccionar como cabía esperar: los hijos y nietos del Ejército Rojo se movilizaron para arrimarse a la frontera con Kazajistán. Se preveía que en pocas semanas llegaran a acumular alrededor de 20 mil soldados rubios entre ejército de tierra y aire, que en apoyos aéreos no es en lo que iban a ahorrar.
Por su parte, el líder del mundo libre se tiraba de los pelos en su ahuevado despacho porque no comprendía que hubiera países tan impulsivos y belicosos como para entrar en una guerra por razones tan interesadas. En realidad no comprendía que hubiera más países tan impulsivos y belicosos como para…
En Kazajistán se enteraron por parte de los rusos, que les prometieron protección y tal. “Pero, Señor Presidente, si los chinos están enfadados con ustedes y son sus dos países los que van a entrar en el conflicto armado, ¿por qué lo hacen en Kirguistán y Kazajistán en lugar de en China o Rusia?”, “¡Puf, a ver quién se pone de acuerdo con esa gente! Seguro que se les acaba la hospitalidad y dicen que para acabar la fiesta nos tomemos la última en el Kremlin”, “¿Entonces van a solucionar sus diferencias destruyendo dos países que han cuadrado en medio?”, “No se equivoque, Señor Presidente, que luchamos por su libertad, que si fuera por nosotros…”, “¿Nuestra libertad? Si por mí fuera mañana mismo le diría al presidente chino que el oleoducto no se hace”, “¿Y dejar que nos pisoteen esos pequeños seres amarillos? Ande, ande, no se preocupe que al final las guerras son más lo que parecen que lo que son”. Y así se le quedó el cuerpo al presidente kazajo.
En Washington los servicios de inteligencia estaban hasta arriba. El comandante en jefe del país de la libertad, en un arrebato de conciliador liderazgo, descolgó el teléfono y le pidió a su secretaria que le pusiera con China y Rusia (pero no con los países enteros, sino con sus respectivos presidentes). La conversación se resume en que el americano quería llamar a la cordura a los asiáticos, los chinos exigían a los rusos que dejaran tranquilo Kirguistán, los rusos apelaban a la libertad de los países para comerciar con quien quieran, los estadounidenses pedían que se tuviera la fiesta en paz, los chinos no cedían ni un milímetro, los rusos se impacientaban… hasta que un fallo de traducción de un diplomático que actuaba como intérprete hizo creer al presidente chino que el presidente ruso en lugar de decir “En nuestras manos está el mantener Asia unida”, había dicho “Yo me cago en tu puta madre, chino de mierda”. Como es lógico, la conversación se precipitó en una marabunta de “El que lo dice lo es con el culo al revés”, “Rebota, rebota y en tu culo explota”, “Tengo una piña llena de piñones y tú no la comes” y demás lindezas. El presidente de la República Popular China fue quien cortó la comunicación, no sin antes decir amenazante “Ateneos a las consecuencias”.
Ante tal situación, que hacía presagiar una hecatombe, la ONU actuó rápidamente con la contundencia a la que nos tienen acostumbrados: en pocas horas, los presidentes de los países involucrados en el incidente recibieron un correo electrónico que decía “Guerra mala”. Sin lugar a dudas, el hecho de que se desatara una guerra entre las superpotencias asiáticas daría para varias cumbres. Y alguna que otra votación casi seguro que también caería.
Esa noche, en la suite presidencial de la residencia de La Casa Blanca, el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica dialogaba con su mujer, la Primera Dama. “¡Ay, querida, qué día! China se ha enfadado con media Asia por culpa de un tubo para llevar cacas de peces fosilizadas”, “¿Y se ha enfadado mucho?”, “¿Mucho? Tenía el ejército preparado para invadir Kirgistán y Kazajistán en una mañana, y la situación ha empeorado”, “¿Peor aun?”, “Peor, querida, mucho peor. Rusia y China tienen potencial nuclear”, “Ay, cielo, no pienses en eso”, “Desde luego no quiero ni pensar en que pueda haber alguien tan descerebrado, maníaco, estúpido, mal nacido, genocida, desgraciado y tontín como para ponerse a tirar bombas nucleares”, “¿Hablas del presidente Truman?”, “…”, “¿Cariño?”, “Tu-tu-tú, tu-tu-tú”, “Cariño, no estamos hablando por teléfono”, “Ya veo”, “Anda, duérmete un rato”.


P.D: Ya van los zombis, ya van...

"Si mañana fueran las elecciones para elegir el mejor plato del mundo, saldría la mierda con mayoría absoluta, porque hay muchísimas moscas."

jueves, 17 de noviembre de 2011

Los ojos de Dios

Dios nos mira desde nuestros ojos.
Mira, observa, siempre nos vigila
y está en los ojos de todos, en todos,
dentro de las pupilas, al fondo.
Está mirando en los ojos del adiós,
en la mano que llora al viento,
en el desencuentro de una estación.
En los ojos apagados detrás del boleto,
en la mirada con inquina que le dedica
un padre celoso a un Capuleto.
No cuida de la mirada que se va
detrás de una esbelta muchacha que
cruza la ancha avenida sin mirar
porque se le escapa el alma esquiva,
Él mira desde la acera al distraído
señor, que a la esbelta muchacha mira,
que pierde el maldito volante esquivo,
pierde el control, pierde el sentido,
y Él ve que recupera la respiración
cuando las primas del seguro ha perdido.
Se ahoga en ojos inundados de pena,
como no ve, se va.
En ojos más despiertos sí se queda,
en los que ven hojas sueltas
impresas con tinta china inmigrante
mientras juran por quien los observa
que antes era mucho mejor que antes.

Y, opino yo, que a este muchacho
de mirar tantas horas tan seguidas,
tantas semanas y tantas vidas,
de tanto y tanto tener la vista fija,
el día menos pensado le sube la miopía.



P.D: En la foto tenemos a Dios guiñando.

"¿Qué debo pensar del mundo cuando veo dos soles sin haber cerrado los ojos?"

martes, 15 de noviembre de 2011

Una de zombies (parte I)

Y los kazajos, angelitos, qué iban a saber. Ellos vieron las ganas que tenían en Kirguistán de mandar petróleo a Rusia y, claro, no tuvieron razones para negarse a que el dichoso oleoducto pasara por su barrio (previo pago de ciertos aranceles y emolumentos). Además, vetarlo habría sido un buen motivo para que dos de sus vecinos se enemistaran con ellos y tuvieran problemas, así que no merecía la pena. Rusia estaba loca de contenta, no le quedaba otra, pues le iban a traer el crudo con el periódico hasta el portal por dos duros y cuatro palmaditas en la espalda. Para los pequeños países asiáticos tener amigos tan importantes como Rusia era una bendición, que luego hay una revuelta o una Guerra Civil y conviene tener una manga de la que tirar para que te hagan caso.
Todos estaban contentos, pues. Todos menos el gigante chino, obviamente, que veía cómo cada litro de negra riqueza que iba para los soviéticos, se alejaba dramáticamente de ellos. Además, la importancia del enanito Kirguistán se vería enormemente reforzada al entrar en el mercado de las gasolineras. ¡Con todo lo que ellos habían hecho por Kirguistán! Llevaban años comprándole petróleo y vendiéndoles combustible, llevaban años de prósperas relaciones comerciales, de esas que propician magníficas relaciones diplomáticas, de esas que generan prósperas relaciones comerciales, de esas que…
China (no China entera, sino su presidente) llamó a Rusia (bueno, lo mismo de antes) para decirle que ya hay que ser rastrero para sorber con una pajita su charco de energía, que tenían tratados de colaboración con Kirguistán, que no hicieran el tonto, que te meto con el mechero y todas esas cosas. Rusia contestó “¿Me hablabas a mí? Disculpa, es que estaba distraído haciendo un oleoducto”. En aquel vetusto despacho, el aire y el ambiente podían untarse en biscotes. El presidente chino se mantuvo varias eternidades en silencio, digiriendo la impertinencia del presidente ruso, aferrándose a los brazos de su sillón como si agarrara por el cuello a toda Rusia entera.
Los kirguisos no tardaron mucho en recibir su correspondiente llamada. Nada más descolgar se escuchó “Anda que ya os vale a vosotros, con lo que hemos sido, yo esto me lo esperaba de cualquiera menos de vosotros”. La secretaria le pasó la llamada al presidente kirguís y el presidente chino repitió nuevamente su perorata, ahora a quien debía. “Esto no quedará así, ¿cómo pretendes nutrir de petróleo a las dos superpotencias asiáticas a la vez?, ¿crees que permitiremos que mandéis al traste años de buenas relaciones?”, decía el presidente chino. Su homólogo kirguís contestó “¿Perdona? No te escucho bien porque se me caen de la mesa montañas de rublos”.
Mientras el dirigente mandarín no tenía más uñas para morderse, en Kazajistán las veían venir. Por una vez en la historia ellos no habían hecho casi nada malo y se sentían como el pelota de la clase. Por eso les cogió por sorpresa la llamada del presidente de los EEUU, aunque bien pensado había tardado demasiado en intervenir, con su prepotente metomentodismo, sus aires de policía mundial y sus gritos de libertad. “Señor Presidente, debería usted considerar la posibilidad de obstaculizar la construcción del oleoducto entre Kirguistán y Rusia”, “¿¿¿Yoooo???”, “Sí, usted, Señor Presidente. Entienda que ni los soviéticos ni los kirguisos lo harán y China va a coger un cabre… China se opondrá enérgicamente, quizás tome acciones militares y es una potencia mundial”, “Pero, Señor Presidente, ¿no deberíamos permitir el libre mercado entre dos naciones que se verán beneficiadas por esta relación y que sea el mercado el que regule los términos del proceso?, ¿no llegarán en poco tiempo a un equilibrio comercial y por tanto diplomático entre los tres países de forma pacífica”, “Sí, pero…”, “¿No es esa la moralina que van repartiendo en panfletos por el mundo?”, “Verá, Señ…”, “¿Acaso el mercado libre no es la fórmula mágica que todo lo resuelve y por la que nunca en la Historia hubo que entrar en guerra, Señor Presidente?”, “…”, “¿Señor Presidente?”, “Tu-tu-tú, tu-tu-tú, tu-tu-tú”.
El Señor Presidente tenía razón en algo (el de los EEUU, digo), China no se quedaría de brazos cruzados. Tras presionar todo lo que pudo para evitar la construcción del oleoducto y la incipiente relación comercial entre Rusia y Kirguistán, solamente quedaba una salida: la militar. Dicho y hecho, el ejército de la República Popular de China se movilizó con miles de soldados hasta los límites con Kirguistán y Kazajistán. Llevaban helicópteros de transporte, carros de combate y botellas de camping-gas.
No avanzaron más allá de la línea imaginaria que marcan las fronteras. Se quedaron allí, amenazantes. Habían ido a casa del vecino a enseñarles el escroto por la ventana.


P.D: A ver, antes de que digáis nada, sabed que la historia es de zombies, pero dadme tiempo.

¿Por qué el último disco de TODOS los artistas españoles es siempre "el más personal"?

sábado, 12 de noviembre de 2011

Finito

La puerta se había cerrado con él dentro por última vez. Había sido una tarde movida en el Quirinale, todo había llegado a su fin y la sensación era extraña, extraña por novedosa. Si no se conociera a sí mismo como se conocía hubiera dicho que se trataba de un ataque de conciencia. Raro.
De repente sonó el teléfono de su despacho y le expulsó de sus pensamientos, que podían haber sido eternos. El 078 del número que llamaba le indicaba quién era. Su vía de escape, la persona que le concedía el reseteo que ya había necesitado en situaciones similares. El arma para la huida, que esta vez necesitaba más que nunca entre sus manos. Sin embargo descolgó el aparato y volvió a concentrarse en saber qué era aquello que le rondaba, esa sensación de vacuidad que le había atacado sin ningún precedente y que le llevaba por dos vías antagónicas, la del conocimiento y la de la evasión.
Y sin saber cómo, recordó putas humilladas, fondos malversados, familias muertas de hambre, vagabundos dormitando en cajeros, bufones esclavos, mañanas de resaca, tardes de resaca, noches de resaca, mentira tras mentira tras mentira, populismo y crudeza, colegas con tanto en común, y tantas cosas más de las que jamás se había arrepentido. Que quizá arrepentimiento tampoco era la palabra que definiera con exactitud lo que sentía, pero esa palabra, fuera cuál fuese, le había rondado espontanea y continuadamente mientras conectaba con aquella sensación de desasosiego.
Se levantó, cerró el pestillo de la tan característica puerta de caoba y se dirigió lentamente de nuevo hacia su silla, buscando un porqué. Y lo encontró, poder. Poder y autoridad, la base y la adrenalina que le hacía levantarse cada mañana al lado de su(s) mujer(es), y que aquel día había perdido, no por su dimisión inducida, sino por aquella actitud tan inhóspita en él que le había llegado directa desde el vacío, desde el último marcado portazo que había dado su secretaria una hora antes, y que tan lejos recordaba en el tiempo.
Mientras se tocaba su cabellera artificial con la mano derecha abrió el cajón de su mesa presidencial con la izquierda, y supo aquello que tantas veces había negado en sus círculos más allegados, que al final todos los putos hombres eran iguales. Calañas corruptibles por el poder.


sábado, 5 de noviembre de 2011

Asumir, perder, dañar y... eso.

Asumo la pérdida y amo el daño,
trago mareas de fuerte licor
como deseando que sea veneno.
Echo de menos, añoro, extraño
cuando paseaba por el mismo Sol
y una boca no era el Universo.
Amo la pérdida y asumo el daño
por no dibujar en esa oreja,
con cálidos y húmedos vientos,
un graffiti algo cortazariano.
Me consumo en una mirada tierna
como las rocas del infierno.

Me pierdo adrede en el daño
y asumo masoquista el amor
como desesperado recurso para
sentir que puedo sentir algo,
que queda vida en mi interior.
Soy el verdugo que me dispara.
Soy la inquietud del letargo.
Soy la mofa de mi propio no.
Soy el imbécil que mira tu cara
y sonríe con un regusto amargo.
Soy quien celebra su desesperación.
Soy quien lo asume y se daña,
el que pierde y ama, corazón.

P.D: Disculpad la moñada y el homenaje siglodeoresco.

"Mi cama duerme con un cadáver que cada vez que despierta, se muere por no llorar..."

jueves, 3 de noviembre de 2011

La sombra

Una triste sombra en mi cuarto
a grandes sorbos el tiempo consumía
y a pasitos consumía el espacio.
Convertía en oscura noche el día
y la mañana convertía en ocaso
al pronunciar con maldad una letanía
que sonaba a fin y a epitafio:
"Vivir es morir sin descanso".
Cual cuchilla implacable y fría,
carne y huesos iba separando
cada palabra de la frase maldita,
cada sílaba del infame canto,
cada brizna de aire que se movía.
Morir era sufrir la propia vida
y respirar, vivir sin descanso.
"Aléjate de aquí, sombra impía,
no hurgues en mis llagas y llantos,
no me condenes a tu cruel compañía,
no disfrutes con mis quebrantos"
le grité y se burlaba con altanería:
"Jamás me podrás echar de tu lado
vivo tu muerte sin descanso".
Arremetí contra mi antagonista
fiero, decidido y rebelado,
"Aunque compartamos anatomía
y tu cara sea mi vivo retrato,
tu ausencia se parece a la vida
tanto como la risa al llanto...
vivir es vivir, morir es un descanso".


P.D: A lo mío, insisto.

"El romanticismo es un sub-producto de la moral judeo-cristiana que los feos de toda la historia hemos ido manteniendo para poder follar."

domingo, 30 de octubre de 2011

*Estrambótico y solitario

Cuando corté el cordelito de mi barrilete
y comencé a volar yéndome de su vera,
todo fue beber, cantar, ver el sol esconderse
y pensar a todas horas en Milan Kundera,
en su ralea, en su papá y en su mamá.
¡Qué bonito es poder volar raudo hacia el destino,
que todo sea libertad, beber y follar
(con las pocas locas que quieran follar conmigo)!
¡Ay, Milan, cuanta consciencia de lo que es uno!
Son los pájaros los que están hechos para el cielo,
no lo supe hasta que te leí, inoportuno.
Viajo con la incertidumbre de no tener peso
y todo está en silencio cuando todo está oscuro.
El suelo cada vez lo veo más y más lejos,
sólo queda mi barrilete,
y cada día menos gente,
y cada vez tengo más miedo.


P.D: Yo a mi rollo...

"Soy un bebé estúpido de 23 años con reticencias morales hacia los pechos."

jueves, 27 de octubre de 2011

Evolucionare

Y me sorprendí a mí mismo tarareando de forma compulsiva, de nuevo, la banda sonora de Benny Hill. La tenía clavada en la mente como un anzuelo y no era capaz de quitármela. Llevaba varios días sin parar de repetirla en voz baja, a veces más rápido, a veces más lento, a veces nota por nota de tal forma que ya había perdido todo sentido. Ya no era música, ya eran notas sucesivas, ya no tenían coherencia ni cohesión, ya no representaban a un policía gordo y rubio corriendo detrás de una asistenta ligera de ropa. Más bien se había convertido en un mantra, en un acompañamiento de la respiración. Era como el zumbido de un mosquito. De nuevo la Naturaleza mostraba su poco sentido común. ¿Qué sentido tiene el zumbido del mosquito? Un ser tan diminuto e indefenso no debería ser tan molesto. Si su supervivencia depende de su proximidad a otros seres, ¿por qué alertarlos de su presencia con un sonido desagradable y que hace que te pique la oreja y que escuches zumbidos donde no hay más que silencio? Habría sido mucho más lógico que los mosquitos no emitieran sonido y en el que caso de hacerlo, que fuera un sonido melodioso y agradable, que al escucharlo uno dijera "¡Vaya, un mosquito! A ver si se me posa en la oreja aunque me pique". Y, más aun, no tiene sentido que las picaduras de los mosquitos se conviertan en feas ronchas que pican. Si esas ronchas fueran inapreciables y, en lugar de picar, provocaran un aumento de pene nadie tendría problemas en ser picado. Pero no, la Naturaleza prefiere orientar la supervivencia hacia la hostilidad y hacia la supremacía belicosa y hacerle esa jugarreta a los mosquitos y a todos los seres que los padecemos y que por las noches nos abofeteamos la cara cuando los escuchamos cerca y encendemos la luz para cazarlos y nos quedamos un rato tumbados por si los vemos aparecer y los maldecimos y perdemos el sueño. ¿Quién puede creer en un diseño inteligente viendo a los mosquitos?, ¿y en la evolución? Cada vez que me muerdo un cachete mientras como, me alejo un paso más de Darwin. ¿Cómo podía sobrevivir alguien como yo en este mundo?, ¿cómo iba a obtener la aceptación, el éxito, unas anchas caderas y una manada con la que convivir, si seguía tarareando la banda sonora de Benny Hill? Que me perdone Manolo García, pero es mucho más difícil lidiar con la situación de ser un bailarín amarrado a la puerta de una cuadra.


P.D: Es cierto, a veces se me va un poquitín.
P.D.2: Iba a adaptar un poco el texto y a atribuírselo al señor Fresnedoso, pero ni le casa ni le pega.

"Si evitara el dolor y el escarnio­ reflexivo no tendría ese aire masoquista y bohemio que tan atractivo me hace para los psiquiatras y nubarrones..."

lunes, 24 de octubre de 2011

"Adiós, mafiosos, adiós", Pablo Ordaz

Si algún día de estos, mareados por la lógica alegría, se olvidan de quiénes eran y a qué se dedicaban los tres pulcros encapuchados que salieron ayer en televisión, llámenme y charlemos. Ahora estoy en Roma, pero tengo buena memoria y aquí el café es excelente. Es verdad que no retengo demasiado bien las fechas, pero sí las caras y los olores. Las caras de Alberto y de Asen, por ejemplo. Regresaban de madrugada a su casa de Sevilla cuando un terrorista los mató a los dos, dejando a tres niños solos para siempre. También recuerdo el rostro de Joseba, que en el sótano de la Casa del Pueblo de Andoain me enseñó -qué valiente era aquel tipo- una llave gigantesca hecha con corcho blanco y papel de plata que pensaba entregarles a los que, con la nocturnidad de los cobardes, le habían quemado el coche y colocado una llave de verdad en su buzón para advertirle de que en cuanto quisieran se lo cepillaban. Lo hicieron, malditos sean, unos días después. También recuerdo la angustia que me embargó aquella mañana en Rentería durante el pleno de condena por la muerte de José Luis Caso. Un hombre sentado junto a mí movía la pierna con nerviosismo. Su rodilla golpeaba la mía. Le pregunté qué le pasaba, me dijo que José Luis era su amigo, que fue él quien lo convenció para que se metiera en política, pero que ahora lo habían matado y que él tenía que ocupar su puesto de concejal del PP. Le di un abrazo y le deseé suerte. Dos o tres semanas más tarde fui a su entierro. A Manuel lo asesinaron cuando regresaba de comprar el pan. Nadie vio nada. Nunca nadie veía nada. En aquellos tiempos no tan lejanos, solo la mafia lo veía todo.

Gracias a esa gente que vivió con sus ideas a cara descubierta, aunque le fuera la vida en ello, estamos celebrando ahora la derrota

Así que fíjense, aquí en Roma, tomando café en el San Eustaquio -tal vez el mejor café del mundo- y recordando a los hombres y a las mujeres valientes. Gracias a ellos, no se líen, estamos celebrando ahora la derrota de la mafia. A esa gente que vivió con sus ideas a cara descubierta, aunque le fuera la vida en ello. Nada que ver con los de las capuchas o los que, desde las ventanas cerradas del miedo o la complicidad, siguieron viviendo cómodamente mientras a otros se les caían las llaves para mirar disimuladamente si les habían puesto una bomba en los bajos del coche. Pero dejémoslo, no es día de rencores sino de alegrías. Hoy es un día mucho tiempo soñado, así que ya no les cuento que Silvia tenía seis años cuando la asesinaron o que se me saltaron las lágrimas cuando, camino de Ermua, me enteré de lo de Miguel Ángel. ¿Se acuerdan de aquella imagen del padre llegando a su casa con la ropa de trabajo manchada, agarrotado por un presentimiento, sin saber todavía que a su hijo, al que había conseguido dar una carrera después de una vida de desarraigo y estrecheces, lo habían secuestrado para matarlo? En fin...

Dejemos el café y pidamos una grapa o un chacolí de Getaria o una manzanilla de Sanlúcar o, casi mejor, un tequila de mi adorado México y brindemos por la derrota de la mafia. Ah, pero antes les dije que tenía buena memoria para los olores. Y de aquellos años que me tocó escribir de los verdugos y las víctimas recuerdo un olor en especial. El olor a quemado de las Casas del Pueblo. Déjenme que les cuente. Durante aquellos años oscuros en que ETA puso en marcha lo que vino en llamar con ese lenguaje suyo tan ruin "la socialización del sufrimiento", en muchos pueblos del País Vasco solo quedó una lucecita encendida, un voluntarioso y heroico faro en medio del temporal. El de las Casas del Pueblo. Al atardecer de sus vidas, jubilados de los Altos Hornos o de La Naval, algunos con apellidos interminablemente vascos y otros con el sur del que emigraron acariciándole el acento, se juntaban en la Casa del Pueblo para retarse al dominó o a las cartas. Vistos desde fuera -desde los cristales blindados de la mil veces quemada Casa del Pueblo de Hernani- parecían jubilados corrientes, café corriente, coñac corriente, achaques corrientes, batallitas corrientes. No era así. Se lo digo yo que los observé durante tardes enteras. Hacían como que tomaban café, pero a lo que se dedicaban verdaderamente era a la política. Resistencia civil frente a la mafia. Lo habían hecho en sus años mozos frente a Franco y lo hacían ahora frente a los nuevos dictadores del terror. Los jubilados jugando a las cartas entre los restos de una Casa del Pueblo que acababan de quemar fue durante mucho tiempo la estampa más conmovedora y más democrática. La única que rompía el paisaje ultranacionalista que la mafia quería imponer.

Así que disculpen la plática y, ahora sí, brindemos ya por ellos a la sombra del Panteón. Ellos son hoy los protagonistas. Esta paz fue construida día a día, durante años, por un jardinero de Zarautz que iba al trabajo con escolta, que no podía bajar la basura y que los fines de semana se tenía que ir de Euskadi para poder pasear a solas con su hijo. No, nunca, jamás, por un pistolero con su ridícula capucha. Brindemos lo que haga falta, pero sin olvidar ese pequeño detalle.

...................................................................................................................Pablo Ordaz 

jueves, 20 de octubre de 2011

Amarillento ámbar

- Deberías empezar a leer según tu estado de ánimo. Es lo que yo hago. Disfrutas mucho más.
- ¿Por ejemplo?
- Mira, es fácil. Si sientes odio y asco en tu interior, lee a Bukowski. Si te encunetras especialmente discurrente y con el intelecto afilado, lee a Borges. Si te sientes aventurero, lee a Pérez- Reverte. Si estás completamente feliz, a  Cortázar. Si estás más bien cascarrabias y enfadado con el mundo, puedes leer también a Pérez- Reverte, pero sólo sus artículos.
- Entiendo.
- Es así. Si estás nostálgico, puedes leer a Vargas Llosa. Pero sólo si estás dispuesto a leer una gran novela. Y no me refiero a una novela buena, que también, sino a una novela larga.
- Vale.
- También hay días en los que estás muy activo, como con mucho movimiento interior. Esos días puedes leer a Bolaño. Si te tumbas en un butacón y rumias sobre la humanidad, entonces lee a Hemingway. Pero si te sientas en un butacón y rumias sobre España, entonces lee a Buero Vallejo. O a Sender. Y si estás triste, a Delibes.
- ¿Y cuando debería leer a Paul Auster?
- No sé, nunca he leído nada de Paul Auster.
- Ah.
- No tengo nada en contra suyo. Simplemente no he leído nada de él.
- Es bueno. Quiero decir, dicen que es bueno. Realmente bueno.
- Puede ser.
- ¿Y tú qué estás leyendo ahora?
- Bukowski.
- ¿Por qué?
- No sé. Siento odio, me imagino. Y asco. Y una especie de esperanza desesperanzada. Ya sé que suena imbécil, pero eso así. Es como si dijera ey, venga tío, todo esto puede arreglarse. De verdad, PUEDE arreglarse. Pero en el fondo sabes que nada va a cambiar.
- ¿Por qué?
- Porque no.
- Eso no es una respuesta.
- Mira, a ver. ¿Has entrado alguna vez en una casa en la que vive alguien, pero del que nadie tiene noticias desde hace días? Y entonces consigues entrar, y cuando abres la puerta todo lo que ves es una cocina desordenada y sucia, un salón mugriento, y un cadáver tirado en el suelo de la cocina sobre un gran charco de vómito. Y ese hombre era un borracho, tú lo sabes porque bebías con él, o simplemente lo sabes, y lo ves muerto ahí tirado con un par de moscas revoloteando sobre su cuerpo.
- No. Gracias a Dios.
- En realidad yo tampoco. Pero me siento así.
- ¿Tú eres el muerto?
- No. Una de las moscas.
- Vaya...
- Sí, así es.
- ¿Sabes lo que creo? Creo que tú eres Bukowski.
- No, yo no soy Bukowski. Ya quisiera yo. O no.
- No, me refiero en sentido figurado. Quiero decir, que cuando te sientes así, necesitas coger un libro de Bukowski para leerlo, porque así tú lo fabricas también y eres como si fueras él haciéndote a tí mismo, ¿me entiendes? Tú eres Bukowski porque creas a Bukowski, entonces te conviertes en él. ¿Me explico?
- No. No entiendo una mierda. Pero yo no soy Bukowski, eso te lo aseguro.
- Ya, puede ser. Realmente estoy un poco disperso ahora mismo. ¿Qué podría leer?
- Podrías coger un libro de Fernando Arrabal.
- Ya.
- Pic-nic, por ejemplo.
- Pero, ¿sabes? De todos modos creo que no es como dices. Creo que cuando leer a Bukowski te sientes como esa mosca, eres esa mosca, pero cuando lees a Borges estás todo el tiempo pensando y reflexionando y te vuelves más inteligente, y cuando lees a Cortázar entonces eres feliz.
- Yo creo que no.
- Pues yo creo que sí. Y creo que si todos leyeramos a Cortázar, todo el mundo sería más feliz.
- ¿Y vas a hacerlo tú?
- ¿Qué?
- Leer a Cortázar para ser más feliz.
- No.
- ¿Por qué?
- Porque yo no me merezco a Cortázar.
- Momento para leer a Bukowski entonces.
- Puede ser.
- Salud.
- Salud.

jueves, 13 de octubre de 2011

PATOS arreglando el mundo (3)

Voy por una calle peatonal y más bien estrecha. Nadie a la vista salvo una señora que viviendo es mayor pero que si se muriera, mi madre diría que era joven (unos 60 años, más o menos). Iba ensimismada y mirándose los zapatos. Se dio la típica situación en la que dos personas van de frente y se van cortando el paso sin querer, ladeándose a la vez hacia el mismo lado. El caso es que ella lo hacía sin querer, porque ni siquiera me había visto. Pensé "¡Qué talento para la defensa en el 1vs1!".

[Hasta ahora la historia estaba teniendo más chicha en mi mente que en el mundo. A partir de ahora me limito a transcribir lo que os juro que pasó.]

Cuando ya estábamos a poco más de un metro de chocarnos, se percató de mi presencia. En una fracción de segundo, me miró de abajo hacia arriba, se abrazó a su bolso, corrió hacia el otro lado de la calle y siguió andando.
Me molestó. Me sentí ofendido e insultado porque aquella señora me había llamado ladrón con la mirada, así que la perseguí y la paré para pedirle una explicación. Cuando me vio correr hacia ella se asustó más si cabe (ahora, en frío, lo veo lógico):

- ¡Señora, que no pensaba hacerle nada! -nefasta elección de palabras: ¿no pensaba hacerle nada?, ¿acaso ahora sí?
- ¡Ay, qué quieres, déjame!
- Señora, tranquilícese, por favor. No me ha gustado que se haya cambiado de acera y se haya agarrado al bolso como si yo fuera un ladrón.
- No, si yo no...
- Sí, señora, no me engañe que me he dado cuenta. Me ha molestado porque yo no...
- Ay, hijo, y una qué sabe las intenciones con las que va la gente.
- Ya, pero...
- Además, algunos de tu país son... Como no tienen trabajo, claro, los pobres, tendrán que comer, pero son unos ladrones.
- ...
- Pero perdona, hijo, he estado a nada de pegarte y todo.
- ...
- Perdona...
- Vale, señora, muy bien, no pasa nada, disculpe. Yo na más que quería decirle que los prejuicios y las aparien...
- ¿Los qué?
- Nada, señora, disculpe.

Y me fui. Creo que le di una lección y ojalá en un futuro esa señora no vuelva a juzgar por las apariencias a la gente de mi país (¡¡¡¿¿¿???!!!).


P.D: Creo que la transcripción del diálogo es exactamente como ha sucedido hace unos minutos. Todavía me descojono.

"Deberíais ver lo último de Concha Velasco. No tiene pérdida."

sábado, 1 de octubre de 2011

La del infinitivo

Y llorar por el gusto de llorar,
consagrar una vida a la falta
y a la búsqueda del placer.
Destacar en el arte de lo vulgar,
escalar la montaña más alta
y caer por el gusto de caer.
Reír y nacer para explotar,
explorar el mundo del equipaje
y los recovecos de una tez,
recorrer y ver un centenar
de atajos sin rodeos ni ambages
que ríen y nacen para envejecer.
Tener vista, vivir para ganar,
ser súbditos de un imperativo,
arrojados al mundo con desdén.
Vomitar hasta rebosar el mar
resumir la vida en un infinitivo
sin tener ojos ni ganas para ver.
Darse por vencido al terminar
con el final como feliz excusa,
disculpar al tiempo en su tozudez
esperando que empiece un final
que lisonjea con amor la repulsa,
que termina, sin dar ni vencer.


P.D: ¡Hola!

"La presidencia del Gobierno debería poder dejarse desierta a jucio del jurado..."

lunes, 26 de septiembre de 2011

Otra cerveza

¿Por qué no iba a terminarme esta cerveza? Tengo los ojos llenos de alcohol y ya casi no veo. Me pesa en la lengua y balbuceo. Ya apenas no me arde la garganta al tragarme cualquier cosa y lo noto entrar poco a poco en mi cuerpo en cuanto cae en el estómago. Te deja las venas frágiles como cañas secas, y puedes sentirlo introducirse poco a poco en tu sangre, pudriéndola cada vez un poco más, envenenándote los músculos, los órganos y el cerebro. Y el alma, si es que existe. Ah, el alma. Esa si te la envenena bien. Si es que existe. Sabes que todo puede romperse en cualquier momento, y desangrarte por dentro. Te intoxica a cada trago, y aunque unas cuantas horas después la borrachera se ha ido y ya no queda ni rastro en tu ánimo, en el fondo hay algo que queda. Que sabes que se ha quedado y no se va a ir nunca, y a cada vaso se hace más grande y se va acumulando como la mierda dentro de un radiador o las piedras en una cantera. Te va haciendo cada noche miles de agujeritos por todo el cuerpo por los que se te escapa el agua y la vida, hasta que te levantas necesitando desayunar un vaso enorme de agua helada. Lo notas invadirte poco a poco, por dentro, espeso entre el aire que respira y la sangre fétida que bombea tu corazón amoratanado, denso y caliente como las mismísimas babas del diablo. Y es así, borracho, cuando ya tienes los ojos chiguatos y ves menos que una rata, cuando en realidad lo ves todo claro. Porque borracho sabes que tu mejor amigo te la está jugando y puede estar tirándose a tu novia, que tu contable te engaña, que el cura con el que te confesabas de pequeño podía ser un pedófilo y se tocaba al otro lado del confesionario cuando le contabas que habías visto a tu vecina desnuda y tu padre estaba deseando que te fueras a confesar o a la cama para poder follarse a tu madre. Sólo cuando estás ebrio alcanzas plena consciencia de lo que es Dios, porque el borracho sabe perfectamente que Dios lo ha abandonado y no se engaña. Ciego te da igual dormir entre cucarachas. Da igual lo que hayas hecho antes porque no sientes culpa. Y si la sientes, sigues bebiendo hasta que desaparezca. Y si aún la sientes, bebes y bebes más hasta que se te infle el cerebro, hasta que no sepas quién eres, qué haces allí, cuál es tu ley, y entonces tiras la botella contra el suelo y sigues bebiendo. Y sigues bebiendo y dando botellazos a las aceras hasta que lo vomites todo, vomites la cena, la cerveza, el agua que desayunaste, el estómago, la bilis y el agua. Y cuando te despiertas y recuperas la consciencia, sabes perfectamente que ni por ti ni por nadie iba a volver Virgilio a guiarnos por el infierno. Así que dime. Exactamente, ¿por qué no iba a tomarme otra cerveza?

jueves, 25 de agosto de 2011

Carta de un exiliado

Seamos honestos y comencemos por una obviedad: como exilio es una puta mierda. Huir a Italia por escapar de España es hacer bueno el ancestral dicho de salir de la sartén para caer en las brasas. Al menos, en la Italia en la que yo me encuentro, pues trazando una línea imaginaria que pase justo por debajo de Florencia, y tirando parriba, comienza otro país totalmente distinto, bastante más digno, pero que, cosas de la vida, resulta que se llama igual.

Nos vamos acercando, sin embargo, a tiempos en los que cualquier destino es bueno para huir de nuestro país. Pero insisto, seamos honestos, poco tiene que envidiar en materia de calamidad la bota al toro. Para empezar tiene a un Belrusconi que nadie quiere y al que nadie ha votado en su vida, pero eso da para otra carta. Por lo demás, la miseria, la mierda, la prostitución social y cultural y la absoluta indiferencia por todo son tremendamente superiores aquí. Aunque es cierto que la cosa no está tan malita, que se les ve felices y que los dineros no están aún tan mal. Podríamos decir que Italia es una gran mierda a flote, mientras que la nuestra, aunque ligeramente más pequeña, hace ya tiempo que se hundió.

Total, que me exilio aquí pensando que va a ser Inglaterra y me encuentro con que ni mijita. Y aún así, tan mejor que España. Y van pasando los días, y ni siquiera este ambiente de estar paseando por un Titanic llamado Atenas justo antes de irse a pique me hacen ver la silueta de mi país en las nubes ni contar las gaviotas del destierro. Sólo he claudicado en una cosa: me prometí a mí mismo no interesarme por nada de una España que hace ya tiempo que empezó a ignorarme a mí y a tantos otros. Pero no pude hacerlo.

Tanto en italiano como en español podría definirse nuestra situación actual y todo lo que me he perdido: un presidente inútil que se da cuenta de su desnudez y se bate en retirada, un nuevo candidato prometiendo el oro y el moro que ha negado y retirado mientras estaba en el gobierno, otro imbécil desnudo limpiando el trono y haciendo llamar al sastre para que vaya confeccionando el traje de gala de tela invisible, y tal y cual. El fluir ancestral de nuestra España. Sin embargo, incluso estas lenguas presentan sus limitaciones. Por ejemplo, en todo vocabulario romance no disponemos de ninguna palabra que pueda expresar con la certeza y verosimilitud lo que expresa la voz nipona "bukake". Que es, precisamente, lo que se está cocinando ahora mismo en nuestro parlamento: un grupo de unos 250 diputados dándose placer ellos solos a base de palabras bonitas y manotazos prepuciales a puntito de descargar el santo producto de sus cojones sobre una pobre dama humillada, pasiva y desvalida.

Puede haber cierta controversia sobre quién es la dama de la metáfora: solamente la Constitución o quizá todos nosotros bajo el nombre de España. Pero al final el resultado es el mismo. Si la reacción, indignación y el movimiento social no lo impide, es lo que vamos a tener. Doscientos cincuenta diputados, políticos de profesión, corriéndose de sinvergonzonería pura sobre nuestras cabezas. A tragar todos semen caínita por orden de Alemania. Y van los 250 mandaos orgullosos y fanfarrones, tocándose la polla como unos machotes. Y nosotros a abrir la boca. Así, sin referéndum ni nada.



domingo, 26 de junio de 2011

Ismail Kohout

Ismail Kohout no era homosexual. De hecho, como gustar, le gustaban las mujeres como al que más. Simplemente no había tenido demasiado tiempo para ellas. O no había querido tenerlo. Así que si acaso, lo que era es un poco asexual, pero nada más. Y trabajado, claro. Desde que era un niño. Desde que aprendió a sumar y restar, nunca mejor dicho.
Se graduó el primero de su promoción en el prestigioso Instituto Lennin de Praga. Cursó la carrera de matemáticas con una media de Matrícula de Honor. Se licenció Cum Laude, Premio Extraordinario Fin de Carrera, con un Doctorado en Aplicaciones Socialistas de las Funciones Gaussianas, un Máster en Irreales y otro en Cálculos Logarítmicos. Las autoridades checoslovacas le concedieron un permiso especial para continuar sus estudios en las más prestigiosas universidades Inglesas y Americanas, y más tarde, fue un destacado trabajador del Gobierno. Participó en programas espaciales de la Unión Soviética, en el ejército, en el Ministerio de Salud y Consumo, y recibió la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo en 1985.
La Revolución de Terciopelo le pilló trabajando, encerrado en su despacho de la quinta planta de un modesto y obrero edificio situado en el Nove Mesto, bastante cerca del Moldava. La transición al capitalismo le pilló trabajando en una infinidad de ecuaciones diferenciales que trataba de aunar por aquél entonces. Entonces el Gobierno le encargó varios estudios estadísticos a fin de diseñar racionalmente la aplicación económica en diversos campos. Las primeras elecciones libres le pillaron trabajando. No votó. Estaba diseñando el programa de implantación económica escalonada en medios rurales, que el mismo aplicaría con éxito a petición de la primera Camara electa del nuevo estado Checo. Más tarde, le sería concedida una nueva Medalla de Oro al Mérito y la Investigación. Aún jubilado hace tiempo, seguía investigando, escribiendo libros y siendo requerido asiduamente por universidades, el Instituto Espacial Checo, y la Agencia Espacial Europea.
Esa tarde, a eso de las seis, algún ruido proveniente de la calle le distrajo de su trabajo. Aprovechó esa breve desconexión mental para levantarse y descansar un rato. A través de sus cortinas podía entreverse un cielo azul y soleado, en un hermoso atardecer de principios de otoño. Abrió sus cristales, y apoyado sobre el alféizar pudo ver el origen del barullo. Un grupo de jóvenes jugaba al fútbol allá abajo, en la carretera. Podía verlos agitar los brazos corriendo, llamándose la atención unos a otros, alertando de la presencia del contrincante. En un momento, vio una madeja de estos chavales (eran seis en total) enredarse en un mar de piernas. Uno se escapó de ese núcleo y se fue corriendo al otro extremo, mientras otro conseguía revolverse hacia atrás y dar un zapatazo en su dirección. Entonces el primer chico preparó el pecho para una recepción, detuvo el juego, y comenzó a correr hacia el que hacía de portero, mientras era perseguido por dos adversarios.
En ese instante, Ismail Kohout se restregó incrédulamente los ojos. No una, ni dos, ni tres, ni cuatro veces. Ni siquiera cinco. Seis veces. Seis enérgicas y agónicas veces intento apartar Ismail Kohout de su mente o sus ojos cualquier rastro de suciedad, cansancio u obnubilación. Sin éxito.
¿Dónde coño estaba el balón? El chico que corría (era un melenudo delgado, atlético, con una recortada barba negra sobre un rostro muy pálido) dio una nueva patada al aire, el portero se tiró al suelo (¡se tiró al suelo!), y el melenudo gritó y levantó los brazos y corrió hacia sus compañeros para celebrarlo. Lo celebraron los tres juntos saltando y abrazándose, mientras los jugadores del equipo contrario recriminaban al portero no haber hecho más por detenerlo.
Pero es que allí no había ningún balón.
En seguida se reanudó el juego. Los chavales corrían, se gritaban, se cubrían, se desmarcaban. Peleaban entre sí con los pies sin llegar a rozarse y daban ordenados zapatazos a uno y otro lado.
Pero allí no había ningún balón.
Y de cuando en cuando, más gritos, más celebraciones, más euforia. Todo perfectamente ordenado.
Pero allí no había ningún balón.
Por más que se esforzaba en encontrarlo, en descubrirlo, en calcularlo.
Allí ni había ningún balón.
Harto de semejante despropósito, bajó hasta el portal de su casa dispuesto a ver con qué estaban jugando esos chicos. Por qué no podía verlo.
Los jóvenes no notaron su presencia, no notaron cuando paseo disimuladamente a su lado, ni cuando cruzó la calle con excusa de ir a una tienda. Estaban demasiado entretenidos a lo suyo.
Pero allí no había ningún balón.
Al llegar a la tienda, la dependienta, una vieja regordeta, miraba divertida la escena y les sonreía.
Sin asomo de duda, no había, bajo ningún concepto, tipo alguno de balón ahí.

Así las cosas, Ismail Kohout hizo la única cosa que se le ocurría que podía hacer ese momento. Subió a su casa, cerró la ventana mientras lanzaba una última mirada de soslayo a los jóvenes y se sentó a reflexionar en su mesa un par de minutos. Ante sus trabajos, sus papeles, sus libros y sus números. Después, lógicamente, cogió una gruesa cuerda, hizo un nudo, y se ahorcó en su cuarto de baño.


miércoles, 22 de junio de 2011

Jab

Es medianoche en el Square Garden de la octava con la novena. Es medianoche y la luz tenue de la luna llena amenaza con invadir el espacio que ocupa la pequeña bombilla que colma el espejo. Ante éste, un rostro, una cara intacta a pesar de los golpes, intacta porque sus ojos han visto muchas más victorias que derrotas. Intacta porque no se puede destruir el oficio y el no temor a nada.

Ante el espejo el rostro de Martín, el boxeador invencible. La cúspide de la inmortalidad. Cualquiera que tuviese la suerte de observar la escena pensaría que se encuentra ante el momento cumbre de la concentración del luchador, ante el primer envite de la pelea, el que aunque es librado por dos contrincantes sólo se encuentra ante una persona. Pero Martín es especial, y mientras se mira al espejo esperando el aviso de su manager, sólo piensa en lo divertido que le pareció ayer el capítulo de los Tenembrauns y lo agradable que fue verlo, por primera vez, acompañado de alguien. La pelea le resulta algo secundario. No importa que se trate del Campeonato Mundial de los Pesos Pesados. Es un combate igual que tantos otros librados con anterioridad. Saldrá al ring, ejecutará sus cinco o seis movimientos favoritos, intentará aguantar las cuatro o cinco virtudes de su rival (del cual había olvidado el nombre a pesar de que esa misma mañana había sido el pesaje y se habían enzarzado en el clásico pique prering) y ganará como casi siempre o perderá como casi nunca. Nada nuevo al fin y al cabo, pase lo que pase.

Y Martín entra en el ring, la muchedumbre le grita. Hay división de opiniones. Es un boxeador particular, nada pasional, todo mecanicismo. Esto hace que no se trate de uno de los púgiles más queridos a pesar de su palmarés. En el otro lado Juneweather, campeón de los EEUU, y futuro héroe de la nación.

La pelea comienza y Martín no tiene la cabeza en el Garden, lo que se traduce en una tremenda paliza endosada a su rival. Sucesión de directos de derecha que culmina con un gancho de izquierda al costado de Juneweather que cae por primera vez a la lona. No sin esfuerzo, se redime y consigue levantarse en el octavo segundo de la cuenta arbitral. Se acaba el primer round y Martín impone su hegemonía.

En el descanso entre el primero y el segundo no ha recibido ni un golpe, por lo que tiene tiempo para pensar en lo agradable que fue la hamburguesa con queso que había degustado esa misma mañana, lo que le recordó la invitación a almorzar que le había hecho su primo, Terry, un tipo gracioso con el que congeniaba especialmente.

Había enlazado a Terry con el póker, y el póker con su viaje a Pasadena cuando casi sin darse cuenta había derribado de nuevo a Juneweather y el público jaleaba y silbaba, y parecía que el combate había acabado. Pero el norteamericano, al borde del KO, se aupa con la ayuda de las cuerdas.

Y en el descanso del segundo round su mente se queda en blanco, lo que provoca que escuche un testimonio esclarecedor dicho por una voz femenina. “Tienes que ganar Martín”. Y Martín de golpe y porrazo lo entiende todo, entiende la importancia del lugar en el que está, de la competición por la que lucha y de la gente que de él depende. Entiende el porqué de lo que hace y su prisma cambia radicalmente. De repente, y sin darse cuenta, está ante Juneweather, recibe un croché y no puede defenderse, intenta reaccionar pero no recuerda qué es lo que tenía que hacer ante una situación asi. Sólo recibe, recibe y recibe, de todos los colores, de todas las formas. Y en el cuarto ring, y sin poder pensar en otra cosa, se encuentra con la lona. Se encuentra con la derrota y sobre todo se encuentra con el miedo, el miedo a morir o el miedo a perder.

Era el miedo a ganar.


jueves, 16 de junio de 2011

Vienen nubes negras

Me niego a seguir viendo los telediarios de Antena 3. Me parece una putísima vergüenza el viraje tan descarado que vienen haciendo desde hace unos meses hacia la bragueta del señor Rajoy. Una cosa es que busque la pluralidad escuchando la otra versión de las noticias, y otra muy distinta que aguante esa sensación que tengo cada día desde hace ya muchas semanas, de que poco a poco nos están metiendo un carajo bien gordo desde esa cadena, con dos enormes pes tatuadas en el glande. Algunos dirán que sigo escuchando La Brújula, Las Mañanas de Carlos Herrera, o leyendo las columnas del El País. Exactamente, porque cuando busco opiniones, las quiero escuchar desde todos los bandos. Pero cuando lo que quiero son noticias, exijo que al menos aparenten ser neutrales. Usar un espacio como el telediario para ir dilatando el ojete de los espectadores con nocturnidad y alevosía me parece, como mínimo vomitivo.

Evidentemente, algo ha cambiado cuando hacen cosas que meses atrás no. Supongo que ya ven irremediablemente cerca el advenimiento de su líder, y un medio que no siempre le ha respetado a nivel personal buscará congraciarse y dejar bien claro qué testículo cuelga más. Desgraciadamente, ahí veo yo el origen de todos nuestros males, en unas elecciones que ya sean en octubre, noviembre, marzo o cuando el demonio quiera mandarnos nuestro propio apocalipsis, ya están ganadas. Una etapa más de nuestro asqueroso “Turnismo (im)pactado”, que supone un avance con respecto al sistema de Cánovas y Sagasta. Si estos dos al menos se ponían de acuerdo en cuándo le tocaba a cada uno, el sistema de ahora consiste simplemente en sentarse a esperar que el otro se estrelle solo y sin ayuda de nadie, para levantarse entonces a recoger los restos y ocupar el sillón de presidencia. Nuestro “Turnismo esperado”. ¿Cuándo hay que soportar en la oposición? ¿Cuatro años como Zapatero? ¿Ocho como Aznar? ¿Diez como Rajoy? No pasa nada. Ancha es Castilla y cómodo el trono.

Qué quieren que les diga, ya que el PSOE nos ha sumido en un inmenso pozo de mierda en el que cada vez nos hunde más, así que lógico pensar que lo suyo es dar una oportunidad a los otros para ver si con sus métodos nos sacan. Pues lo peor que puede pasarnos es quedarnos igual, y eso lo tenemos ya asegurado con los que están, y al menos tienen la incógnita de la eficacia. Esa mentalidad, no exenta de su razón, es la que va a llevar al PP a Moncloa. Sin embargo, a poco que me paro a pensar, se me cae el alma al suelo. En tío que invariablemente va a gobernarnos dentro de unos meses no deja de ser el mismo que lleva tres años callado, siendo su principal baza estratégica no abrir una bocaza que pueda hacer a la gente pensar y restarle votos. Es el mismo tío que hace ruedas de prensa con guiones y sin aceptar preguntas (ayer mismo, la última). Es un orador pésimo, un comunicador asqueroso (“mmme ha pasado algo verdaderamente notorio…. Ehh…”), y un político denostado por la mayoría de los españoles (a su nota media en las encuestas me remito). Y sin embargo, va a ganar, porque parece la opción menos mala. Y es triste en un país con oradores políticos tan notables como Albert Rivera, Rosa Díez, Antonio Basagoiti, Julio Anguita, Duran i Lleida y Joaquín Almunia, vaya a ser presidente del gobierno semejante patata.

La única esperanza que tengo es que no consiga una mayoría absoluta que le dé total impunidad, y pueda verse un poco controlado por algunos partidos de los que dependa. Pues yo soy de la opinión de que en España no manda el que duerme en la Moncloa, sino el que le quita el sueño al que duerme en la Moncloa. Y sobre todo, me da fuerza creer que esta puede ser la última vez que vayamos a las urnas con una ley electoral avocada al bipartidismo, gracias al reciente despertar de nuestra sociedad y las exigencias que puedan plantearle esos otros grupos de los que dependa. Así, confieso que veo irremediable que Marianico llegue al gobierno, aunque no con mi voto (lógicamente, si el PSOE sobrevive y puede hacer algún tipo de oposición, tampoco contará con el mismo). Sin embargo, vuelvo a hacer la misma llamada que hacía al principio. Acuérdense de la última vez que abrió la boca el pollo que nos va a gobernar. ¿Les viene algo a la mente? Quizá sacando curas a la calle junto a señoras con sus collares de perlas contra los derechos de los homosexuales. Quizá los mismos curas contra el aborto, quizá los mismos curas contra cualquier otra cosa, portando y haciendo suyas una bandera que es de todos. ¿Van haciendo memoria de lo que dijo la última vez que habló? Quizá todas esas cosas. Quizá junto a todas aquellas que vinieron después. O quizá ninguna, porque quizá no fue más que una triste pesadilla.

martes, 31 de mayo de 2011

Y reía y reía

Allí estaba yo, en esa habitación tan oscura, pasando canciones en el reproductor sin escucharlas. Abriendo páginas al azar, intentando borrar de mi mente aquellos recuerdos de traición. Me había bastado con el testimonio de cualquiera que no fuera ella. No dudé. Ni siquiera sabía por qué, no había ni indicios ni precedentes. Sólo palabras que se clavaban como dardos en la memoria. Y en el terreno de la verdad y la mentira, la mentira no tenía hueco. Solamente el hueco que ella había querido darle haciéndome eso. Despreciándome. Vapuleándome. Sobre todo, riéndose. Había jugado a reírse, y reía y reía a mis espaldas, mientras callaba delante de mí. Antes era yo el que reía de frente y lloraba a las espaldas, ahora se me había olvidado reír.

Ahora sólo andaba soportando la dureza de cada llamada, el incesante ring-ring que era peor que el recuerdo. Era la representación del dolor. O lloraba cuando no sonaba el teléfono o lloraba más aún cuando sonaba. No quería escucharlo pero tampoco quería que dejara de sonar. Era la situación más dura que había vivido y no parecía que fuese a tener fin, porque yo no estaba dispuesto a dárselo.

Pero me levanté obnubilado y sin querer cogí el teléfono. Y me convenció. Bueno, no me convenció. Yo entré en razón. Comprobé que toda aquella historia que yo me había montado no podía ser cierta. Me demostró que aquel día a esa hora ella no estaba allí, y me dijo que no se enfadaba por la duda porque me quería demasiado.

Así que parecía que todo iba a volver a la normalidad. Sin embargo se había cultivado el odio, y el perdón por lo no hecho ya no era cuestión de voluntad. Ya todo se había vuelto imposible.

lunes, 30 de mayo de 2011

Platónica excavación

Tirando millas para abajo,
casi por donde mora Belcebú,
entregándose a su trabajo
a muchas millas de bajitud,
un minero pica el suelo
como si fuera buscando
otro camino hacia el cielo.
Sube a ratos por luz solar,
sube a ratos por aire fresco,
sube para volver a bajar
donde no hay más brisa que su aliento.
Tiznada su cara ruda,
enojado con el tintineo
de la espiocha del tiempo.

Picando piedras hacia el destino,
da con un inquietante filón
que ni de plata, ni de platino,
más bien se compone de Platón.
Bailan sombras de un error
con una música equivocada
ante un público sin visión.
Baja hacia la ignorancia,
baja hacia la orgía del no,
baja para volver a subir
por la cuesta que va hacia el exterior.
Topa con el sol de siempre,
y huye intuyendo que es peor
un mal "Vete" que un buen "Adiós".


P.D: De ritmo no anda muy allá, pero me gusta como ha quedao. Y siento tanta poesía y tan poca chicha, esto es lo que fui.

"O la vida es mu perra o yo soy mu gato..."

martes, 24 de mayo de 2011

LLAMAMIENTO A LA PLAZA (crítica constructiva a la acampadacadiz)

Cuando miles de españoles salieron a la calle aquél glorioso domingo quince de mayo en el que despertamos, lo hicieron sin chaquetas, sin bandos, sin fusiles de uno u otro partido. Salimos a la calle indignados, gritando un sonoro y rotundo NO a aquellos a los que votamos hace tres años para dejar que les gobiernen otros. Teníamos muy claro lo que pedíamos: pedíamos Democracia Real. Estamos cansados de una democracia que es representativa en lugar de participativa, y que encima de todo, ni siquiera nos representa. Salimos a la calle con consignas claras: si votamos a políticos no queremos que nos gobiernen mercados, no entendemos porque en una estado “democrático” todos los votos no valen lo mismo, los políticos tienen privilegios que niegan a sus electores y los tres poderes no están separados. Salimos a la calle rojos de ira, porque entre los dos partidos que tratan de bipolarizar patológicamente nuestro Parlamento, acumulaban en sus listas más de 200 imputados por corrupción. No éramos ni de izquierdas ni de derechas. O mejor dicho, sí lo éramos, pero allí estábamos todos juntos pidiendo lo mismo. Fue la magia de aquél quince de mayo, que yo pudiera estar manifestándome justo por detrás de los miembros de Izquierda Anticapitalista, junto a amigos comunistas y capitalistas, a la vez que familias democristianas o conservadoras. No había color en Cádiz aquél domingo, sólo gritos de indignación pidiendo lo mismo: cambiemos las reglas del juego. Jóvenes, adultos, hombres, mujeres, trabajadores, empleados, estudiantes y parados no queríamos destruir el sistema. Queríamos cambiarlo, hacerlo más justo. Tal vez, para que la próxima vez que quisiéramos jugar a la Democracia, pudiera servir para algo.

España siguió así una semana, desde que el primer grupo de valientes conquistara la plaza de Sol y la hiciera bastión de nuestras protestas. Desde aquél lunes, miles y miles de ciudadanos, espoleados unos por los otros, gracias a aquella chispa recogida por las acampadas y prendida en viva llama, continuamos exigiendo lo mismo. Queríamos Democracia Real. Más plazas conquistadas surgieron como setas en todo el país, y más tarde, en Europa. En ellas la gente protestaba, tomaba el megáfono en las asambleas, decoraba los espacios con sus carteles, sus situaciones, sus frases. El pueblo salió a la calle y vertió todo su arte en ellas. Y el pueblo hablaba. Charlaban los unos con los otros, mientras los políticos hacían oídos sordos y a nosotros ya ni nos importaba. Como el prófugo de la caverna de Platón redescubrió sus ojos, nosotros nos encontramos con nuestras voces, y el gozo que nos producía escucharnos era estímulo suficiente. Las acampadas eran limpias, cívicas, educadas. Ejemplares en su mayoría. Comisiones cuidaban de los niños mientras los padres debatían, organizaban limpieza, recibían comida y mantenían el orden. El ejemplo, trabajo y estímulo realizado por tantos ha sido, sin duda, impagable. Gracias a todos, acampados o no, que han alimentado y mantenida viva la llama olímpica que ha incendiado España. Con un solo grito, ASÍ NO. Con un solo objetivo, CAMBIEMOS LAS REGLAS DEL JUEGO.

Sin embargo, como un corredor de maratón sin un recorrido marcado, el movimiento ha seguido corriendo sin saber exactamente donde va. Y lo que es peor, olvidándose de dónde tomamos la salida. Fue el domingo quince de mayo en el que, gracias a un movimiento sin ideologías, sin interés individuales, sin partidismos, se tiró la primera piedra. Pero ahora se habla de más cosas en las acampadas. Y hablar de ecologismo, feminismo, fuentes de energía, y posicionarse de una u otra forma ante tal ley mercantil es tomar partido por algo, desde una trinchera determinada. Es hablar de ideologías, de posturas. Todo lo contrario de lo que gritamos el día quince. Eso está pasando en muchas partes, en Cádiz también, y todos lo estamos viendo. Preocupado por lo mismo ayer fui a la asamblea de las ocho, y pedí el turno de palabra, y tomé el micrófono. Sí, era yo aquél chiquillo, por si algunos de los asistentes lee esto y lo recuerda. Avisé de que no éramos ni los primeros ni los últimos en levantarnos. Porque las revoluciones empiezan y acaban, y no siempre consiguiendo aquello para lo que nacieron. Para ver revoluciones, sólo hay que abrir un libro de Historia. Y esa en la que tanto nos inspiramos, el Mayo francés del 68, acabó muriendo de vieja, apagada poco a poco, sin ver cumplido muchas de sus reivindicaciones. Al menos se despertaron, dirán algunos. Y es cierto. Y aquí, pase lo que pase, al menos nos hemos despertado, dirán otros, y eso de por sí ya es un tremendo triunfo. Eso es aún más cierto. Pero estamos rozando con la punta de los dedos un éxito aún mayor, y es ver traducido todo el movimiento que empezamos hace una semana en cambios concretos. En cambios en las reglas del juego. Lo único que tenemos que hacer, todos los que deseamos algo así, es sentarnos en nuestras plazas, y gritar con una voz única: señores políticos, esto es lo que queremos: cambiar la ley electoral, eliminación de vuestros privilegios, mayor control del sistema financiero y separar los poderes legislativo y judicial. Eso, o lo que sea. El consenso de mínimos al que se llegue. Pero que sea aquello que podamos gritar entre TODOS con una sola voz, unidos codo con codo tantos tan diversos, y aún más, como en aquella manifestación. Esa fue mi propuesta a la asamblea, y me senté.

No demasiados pensaron como yo. Casi todos los que hablaron después opinaron, incluidos algunos de los organizadores de la acampada que tomaron la palabra, cosas como “cambiar la ley electoral ya no es una de las prioridades”, o ”Yo antes que quedarme en un detalle como la ley electoral prefiero intentar cambiar el mundo en el que vivo, que es una puta mierda”. Y continuaron hablando de feminismo, ecologismo, debatir tal ley mercantil, qué posición tomamos ante tal problema de tal barrio. Desgraciadamente, en eso es en lo que se han convertido acampadacadiz, y muchas otras. Ojo, que me parece que querer cambiar el mundo, y luchar por ello, el algo tremendamente lícito. Y hermoso. Y cada cual que lo haga desde la postura que en su conciencia crea conveniente. Pero ni yo ni los que salimos a la calle el día quince fuimos convocados por la plataforma Democracia Real Ya para cambiar el mundo. Gritamos indignados para pedir Democracia Real. Gritamos indignados para cambiar las reglas del juego. Y para que después, en igualdad y justicia de condiciones, y según lo que su conciencia le dictase, jugase su partida.

domingo, 15 de mayo de 2011

Mi último café con Bin Laden (Café Talibán I)

El café de ese domingo tuvo una compañía inesperada: miles de estadounidenses echados a la noche de las calles portando banderas, sonrisas, gritos y felicidad. Los luminosos de la Gran Manzana dejaban correr la noticia por sus pantallas: “Osama Bin Laden was killed by USA Army”. Cada vez que estas palabras parpadeaban, arreciaba la alegría. Me puse a estudiar una hora más tarde de lo previsto, pero supongo que mereció la pena. Fue un café recalentado un par de veces, pero un café histórico al fin y al cabo. También fue un café extraño. Esa fue mi primera reacción, una vez hube asimilado la muerte del líder de Al Qaeda y lo que eso pueda significar: había cientos de miles de ciudadanos celebrando la muerte de un hombre. En aquél momento ni lo censuraba ni lo dejaba de censurar. Simplemente, no sabía qué pensar de aquello. Sólo eso: extraño. A muchísimos de los que hemos recibido una educación basada en la moral occidental (y por tanto, cristiana), algo nos incomodaba en la conciencia al ver aquello. Como una astilla recién incrustada en un dedo. Celebrar la muerte de un hombre, y con aquellas muestras tan exageradas de alegría. ¿Pena? No creo que nadie sintiera pena por semejante perro. Simplemente, supongo que todos compartimos la misma duda: ¿está bien eso? Se supone que no hay que alegrarse de la muerte de ningún ser humano, dice el precepto. Desgraciadamente, temo que esa frase sea más útil como lema que como norma. Lo pensé fríamente (supongo que por solidaridad con mi café). Con la honestidad por delante: si hubiera estado vivo cuando murió Franco, habría salido a celebrarlo. Si hubiera estado vivo cuando murió Hitler… madre mía, creo que eso debió ser el éxtasis. Lo mismo con Mao y Stalin. Me alegré el día que Pinochet la espichó. Y me alegraré cuando Castro, los coreanos, Teodoro Obiang, Gadafi y alguno más pase al otro barrio. Supongo que hay que ser americano para sentir esa alegría. No hay que olvidar que a ellos les sesgaron más de tres mil vidas en un atentado que acertó en el mismo centro de Nueva York, además de los intentos del Pentágono y el que se estrelló en Pensilvania. Y aquellos más de tres mil, con derrumbe de las torres incluidos, no eran militares, soldados ni políticos. Era gente, normal y corriente, que iba a trabajar la última mañana de su vida. A ellos les dolió, y su país empezó una guerra por eso. Contra ese hombre. Y ahora estaba muerto. Ni lo censuro ni lo dejo de censurar. Simplemente, lo comprendo.

Otras dudas daban vueltas en mi café. Objetivo eliminado de un tiro en la cabeza. Dicen, claro. En lo que a mí respecta, puede estar vivo y preso, vivo y libre, o muerto y en EEUU. Ayer mismo yo cacé un unicornio, e incluso le hice fotos. Pero no pienso enseñároslas, y además, me deshice del cadáver tirándolo al mar. Por otro lado, la gran cuestión de aquello no es qué pasó con el cuerpo. Es si fue lícito. En mi opinión personal, lo fue. Los atentados del 11-S conllevaron a una declaración de guerra en toda norma a Afganistán y Al Qaeda. Una vez depuesto el gobierno talibán, e instaurado uno “democrático”, queda la otra parte de la guerra, cuyo grueso se libra en el mismo país, y nuestra Ministra de Defensa y el presidente del Gobierno llaman, muy amablemente, “Misión de Paz”. Se ve que más que balas lanzan pétalos de rosas, y en el manual básico de conversación pashtí de los soldados la frase más socorrida es: ojos negros tienes, moreno. El mundo ha cambiado, ergo la guerra ha cambiado. El enemigo son los Talibanes, cuyo objetivo es matar, destruir y conquistar occidente (así consta). Ya no se lucha contra un estado. Ni siquiera contra una nación. Es un grupo terrorista, o varios, ubicado en países distintos que no sólo no los apoyan, sino que los combaten. Por cierto, Bush firmó un acuerdo con Pakistán que autorizaba a este a actuar militarmente de manera unilateral en caso de conocer el paradero de Bin Laden, dato no lo suficientemente aireado. En fin, Llamémosle guerra supranacional, anacional, o como queramos. Pero llamémosle guerra. Y en ese contexto, considero lícito matar al contrario. Es legítimo eliminar al enemigo, y considero la muerte del pollo aturbantado un acto de guerra. ¿Capturarlo y juzgarlo? Habría estado bien. Pero entiendo que no fuera la prioridad: ni por permitir que se escapara, ni por poner vidas de soldados en riesgo, ni por las consecuencias que podría traer. No creo que un juicio fuera prioritario. Si se puede, se hace. Si no, pum. Lo fundamental era detenerlo (en un sentido físico, no legal). No hace falta un juicio para que alguien sea culpable, el juicio es necesario para la condena judicial. Pero la culpabilidad es intrínseca a los actos, y es determinable por una investigación. Y en una guerra, en el campo de batalla, no es la condena judicial el modo de actuación. Esta tiene sus propias normas, las cuales hacen cumplir soldados y armas, no jueces y policías. ¿La guerra es el fracaso de la civilización? Lo es. ¿La defiendo? No. Simplemente, asumo sus consecuencias. Lo comprendo.