sábado, 20 de marzo de 2010

El señor que se planteó su voto

Muy pronto habría elecciones. Él era un tipo sensible a la realidad, concienciado de los problemas del mundo, atento a la actualidad, responsable y, sobre todo, comprometido con la sociedad. O al menos eso creía él que quería ser. Sin embargo, aún no tenía decidido su voto.

Esa mañana había en su ciudad una conferencia de un partido político. Quería enterarse de lo que proponían. Quién sabe, quizá lo convencieran y decidiera votarles a ellos. Así que asistió. Al llegar, se alegró bastante de haber acudido. Aquello estaba a reventar, lleno de gente, todo decorado con pancartas, posters gigantes, guirnaldas de muchos colorines, banderitas y música. Parecía una fiesta. Había niños, adolescentes, matrimonios, viejos… Todos sonriendo, charlando animadamente, felices. De repente, salió la junta directiva del partido al estrado y todos aplaudieron. Uno de esos cuya cara aparecía en varios de los posters fue a buscar al líder del partido. Entonces trajo un cerdo en brazos y lo colocó en el atril. En ese momento, la multitud explotó en júbilo, y empezó a aclamarle enardecida. Cada vez que se hacía el silencio, el cerdo gruñía aguda y fuertemente. Entonces la gente volvía a aplaudir y jalear, a gritar, agitando las banderitas y los adornos que tenían. De vez en cuando saltaba la música, todos decían las mismas consignas a la vez, el cerdo gruñía en respuesta, y la cosa se acercaba peligrosamente al éxtasis orgásmico. Algunos incluso lloraban. Cuando terminó, sus acompañantes tomaron la palabra explayándose en los gruñidos del cerdo. Al final, varias madres acercaron a sus bebés, y el cerdo repartía lametones a diestra y siniestra: niños, mujeres, viejas…

Desde luego, él no había entendido absolutamente nada de lo que había pasado allí. Simplemente se dejó llevar y trató de no desentonar mucho con las miles de personas que lo acompañaban. Casualmente, por la tarde había otra conferencia, esta vez del partido rival. Pensó que sería buena idea acudir, así que fue a ver que se encontraba. Quién sabe, suspiró esta vez, quizá incluso lo convencieran, y decidiera votarles a ellos. Además, después del numerito del cerdo, tenía bastante curiosidad por ver con qué se encontraba…

El ambiente previo era más o menos el mismo, apenas cambiaba la música y los colores de los adornos y las banderitas. Por lo demás, todo igual. Había más o menos la misma gente –aunque vestidos de forma diferente- y el mismo ambiente festivo. Así volvieron a salir varias personas cuyas caras estaban impresas en esos nuevos posters. Entonces hicieron un pasillo para franquear al dirigente de aquel partido, y el público empezó a gritar y aplaudir para que saliera. De repente, surgió una foca que atravesó aquel pasillo humano y se dirigió ella solita al atril. Empezó a hacer ruiditos, a levantarse sobre su cola y palmear con las aletas delanteras. Aquello fue como una especie de apocalipsis de la felicidad. La gente comenzó a bramar, a desgañitar sus gargantas hasta sangrar, a aplaudir furiosamente, a gritar en corro las mismas palabras, a salirse los ojos de las órbitas. Se formó un espectáculo que ni el cerdo en sus mejores momentos. Cuando la foca hubo terminado, un hombre de los que la había custodiado tomó la palabra. Empezó a gritar indignado en contra del cerdo, a lo que la gente respondió efusivamente, y a decir que el cerdo había dicho esa misma mañana esto y lo otro. Esta vez hubo una explosión concentrada de odio, tanto que nuestro visitante incluso temió por la integridad física de aquel tipo. Afortunadamente, la gente se contuvo y los cimientos de aquel edificio aguantaron. Súbitamente saltó la música, surgieron más gritos, sin precisar muy bien si de amor o de odio, y cayó confeti del techo. Cuando todo terminó, un aluvión de madres, bebes y viejas –sospechosamente parecidos a los de aquella mañana- se abalanzó sobre el estrado para ser besados por la foca.

Cuando por fin todo acabó, se marchó de allí. Era bastante curioso, pero no recordaba que aquella mañana el cerdo hubiese dicho ni una sola de las palabras que le atribuyó aquel hombre. Por la noche, mientras cenaba, encendió el televisor. En una tertulia se informó que las cifras de participación vaticinadas para aquellas elecciones superarían todos los registros, y se esperaba una reñidísima batalla de masas entre ambos partidos. Entonces uno de aquellos que habían hablado por la mañana junto al cerdo empezó a decir que la foca había proclamado tal y cual barbaridad, y sus contertulios lo apoyaban indignados. Paradójicamente, tampoco recordaba que la foca hubiese dicho ni una de aquellas palabras.

Apagó el televisor y se sentó a reflexionar profundamente sobre a cuál de los dos votaría. Quería involucrarse: verter un voto reflexionado, responsable y consecuente. Analizó muy bien los discursos, sus ideologías, los problemas existentes, las soluciones propuestas y los pros y contras de cada opción...

Ahora que lo pensaba, ni siquiera recordaba que la foca o el cerdo hubiesen dicho apenas una sola palabra.

4 comentarios:

  1. Menuda mierda la politica española

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  2. El cerdo del primer discurso no se llamaría Napoleón por casualidad, ¿no? :P
    Tiene su punto el relato, sí.

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  3. Ni mucho menos. De hecho, en mi mente tiene un parecido más que razonable con el cerdo que adopta Homer en la peli de los Simpsons.

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  4. La democracia es un circo, la pena es que no tienen gracia ni los payasos.

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