jueves, 26 de marzo de 2009

Perfil: George Orwell

No hay nada mejor para intentar escapar de un periodo de sequía y tedio creativo que una pequeña distracción personal puesta al servicio del público. Como últimamente, afortunadamente y gracias a Dios, anda el mundo poco preocupado en guerras que poder informar (pese al dantesco caso que se perpetra en Guinea del Norte y otros lugares de África, a desarrollar más adelante), me centraré en otra de mis grandes fuentes, que son los libros y aquellos que nos los brindan. Ateniéndome a esto, veo que hay dos autores principales en mi vida, a los que admiro y que me han influido muchísimo en mi vida en los vírgenes papeles en blanco que con mis líneas estropeo: Arturo Pérez-Reverte, desde mi adolescencia; y ya de adulto, George Orwell. Curiosamente, ambos exreporteros de guerra, grandes articulistas y novelistas de marcado corte bélico y político.


Afortunadamente para mí, el primero aún está vivito y coleando y parece que le queda cuerda para rato, así que centrémonos en la figura del segundo. La vida y obra del inglés está repleta de pequeños y curiosos episodios que poco a poco, movido por la curiosidad hacia la persona que había tras dos grandes obras maestras como son “Rebelión en la Granja” y “1984”, he ido descubriendo. Aviso. Puede que este pequeño reportaje que presento no interese a muchos y aburra al personal ajeno a su obra, así que pido perdón por adelantado y animo a saltar al siguiente. No obstante, creo que al menos 5 de los 8 lectores de PATOCIENCIA sabrán agradecérmelo.


En primer lugar, tracemos una breve línea bio-bibliográfica sobre la que ubicar las anécdotas. Eric Arthur Blair nació en la India, colonia británica, en 1903, hijo de padres británicos. Pese a pertenecer a la clase media, gracias a su talento e inteligencia consigue ingresar en prestigiosas escuelas y universidades (como Eton). Se hace periodista y comienza a escribir muy temprano, y ya en 1930 publica sus primeras obras, de corte social e idealista. Incluso se dedica a vivir en suburbios y barrios marginales para conocer más a fondo esa realidad y se va a vivir a París un tiempo sin dinero para sobrevivir solo. “Sin blanca en París y Londres” es la obra producto de esta locura. Pasa a ser corresponsal de guerra y se dedica a cubrir y analizar algunos conflictos de la época, y poco a poco va ganando una pequeña y relativa fama en su mundillo. En 1936 viaja a España para combatir el fascismo y defender a la República, teniendo que huir en 1937 al ser perseguido por los comunistas de su propio bando, que lo acusaban de haber pertenecido a una organización trotskista. Vivió la manipulación que se daba tanto dentro como fuera de España al desarrollo de la guerra, y particularmente a los sucesos acaecidos en la “semana trágica” de Barcelona, en la que los stalinistas iniciaron la persecución española de trotskista, apoyados por un gobierno en deuda con la URSS. Lo visto aquí lo marca profundamente, y esto, junto a su alcanzada madurez y su talento natural, germina en las dos grandes obras arriba mencionadas. Además, alcanza ya una fama real y relevante y llega a ser articulista de una importante revista de la época, el “Observer”, sin abandonar su vocación de reportero de guerra, cubriendo así diferentes frentes de la Segunda Guerra Mundial. Continúo así hasta morir de tuberculosis en 1950, a los 47 años.


Precisamente, la primera de las anécdotas que vamos a comentar está relacionada con uno de estos libros: “Rebelión en la granja”. Todos los que la hemos leído pudimos disfrutar también de su prólogo, un artículo de Orwell añadido en ediciones posteriores a su muerte titulado “Libertad de prensa” en el que hace una defensa de la libertad de expresión y critica tanto la autocensura complaciente a la que se someten escritores y editores, como la manipulación informativa que esto conlleva. En el artículo, nos cuenta como el libro fue rechazado por diversos editores hasta encontrar uno con suficientes agallas como para publicarlo. Unos lo rechazaban por ser “demasiado crítico con el comunismo” (la URSS era aliada de UK en la guerra y no querían molestarlos) y otros, más conservadores, por ser “demasiado complaciente con el comunismo”. Tal cual. Cuando por fin encontró un editor dispuesto a sacar el libro, Jonathan Cape, este se echó atrás en el último momento. Cape tenía un amigo trabajando en un alto cargo del Ministerio de Información que le desaconsejo que apoyara el libro, ya que la fábula era un espejo demasiado claro de la evolución de la Unión Soviética, aliada fundamental británica entonces. Tras esta charla, Cape escribió una carta a Orwell diciéndole “No hay duda de que la elección de los cerdos como la casta dominante molestará a muchos, y particularmente a cualquiera que sea un poco susceptible, como sin duda son los rusos”. Todo esto podemos leerlo en el prologo de la mano del propio Orwell. Lo que este no cuenta es que al recibir la carta de Cape, escribió simplemente en su margen “tus cojones”. Además, si indagamos en la Historia descubrimos, para regocijo de los que en su día leímos el prólogo, que este amigo de Cape que trabajaba en el Ministerio, Meter Smollet, fue posteriormente desenmascarado y procesado como espía soviético.


Meses después, en 1945, siendo ya escritor famoso y reconocido, marchó a Francia a cubrir el avance aliado hasta Alemania. Allí en París descubrió que en su mismo hotel se hospedaba otro gran escritor al que él admiraba bastante: Ernest Hemingway. (Genio y maestro de la literatura universal, premio Nóbel en 1954). Emocionado, subió a presentarse a su habitación como Eric Blair, pero Hemingway no le reconoció, pensó que nunca había oído hablar de él y pensando que se trataba de un corresponsal británico más le espetó algo arisco “¿Qué demonios quiere usted?”. Entonces el primero contestó “Soy George Orwell”. Al oír aquello, a Hemingway se le iluminó el rostro, disculpó azorado y le invitó a pasar. Sacó una botella de whisky escocés de debajo de la cama y le invitó a tomar una copa con él. “Por qué demonios no dijo eso antes? No se quede ahí, entre, póngase uno doble”. Y quedaron largo rato charlando. Esto es lo que nos cuenta un complaciente Orwell de aquella cita. Sin embargo, Hemingay da una versión un poco más larga años más tarde y cuenta que Orwell llegó con aspecto nervioso y preocupado, y más tarde le confesó que tenía miedo porque temía que los agentes estalinistas lo estuviesen buscando entre la confusión de un París recién liberado. Hemingay le prestó un Colt del calibre 32 para que se defendiese si se daba el caso.


Con el tiempo, como ya hemos dicho, Orwell se convirtió en un prestigioso escritor y periodista, especializado en el análisis político y literario, publicando tanto artículos como reseñas literarias en su revista. Era un crítico mordaz, despreciaba la demagogia y la manipulación por encima de todo y como el mismo confiesa, cada línea que escribió desde su llegada de España en una línea en contra del totalitarismo y a favor del socialismo democrático. Fue uno de los primeros revolucionaros en posicionarse en contra del Imperialismo Británico y su colonialismo, defendiendo por ejemplo la independencia de la India. Lideró junto a su amigo, David Astor, editor de la revista, un profundo cambio político e ideológico dentro de la misma, esclerotizada en los arcaicos valores de su editor anterior. Pero además, como escritor, desarrolló una cruzada particular en contra del desprestigio de su lengua, a la que tanto amaba (y será casualidad lo de Pérez- Reverte, oigan). Criticaba la ligereza con la que se le maltrataba y reducía su idioma. En 1946 publica un ensayo titulado “La política y la lengua inglesa” en el que se lamenta del patético estado del periodismo contemporáneo (y ya hace más de 60 años de aquello) en el que ofrece valiosos consejos para futuros escritores. Estos consejos aún se citan en los manuales de estilo del “Observer”, ya que su crítica del lenguaje descuidado continúa tomándose muy en serio. En Inglaterra, claro. “Un hombre puede darse a la bebida porque se siente un fracasado y después, fracasar aún más estrepitosamente a consecuencia de que bebe; eso es bastante parecido a lo que sucede con la lengua inglesa. La lengua inglesa ha llegado a ser fea e imprecisa porque nuestros pensamientos son estúpidos”.


Como ya hemos mencionado, una de las experiencias que marcó más determinantemente a Eric Blair fue su experiencia en España y su lucha en nuestra Guerra Civil. Cuando llegó a España se alistó en las milicias del POUM, más por motivos geográficos que ideológicos, y sin llegar de alistarse al partido. Manifestaba públicamente que no creía en el comunismo ni compartía sus ideales, pero de todas las opciones posibles para combatir, aquella fue la que más simpatía le despertó. Vino atraído por el ideal romántico de luchar por la democracia y la libertad en contra del fascismo y de la opresión de un pueblo, sin olvidar que aquellos que se empuñaban los fusiles enemigos, lo hacían sin duda para defender otro ideal que ellos, en su error, considerarían correcto. De hecho, fue uno de los autores en acuñar que la Guerra Civil española fue “la última guerra de románticos”. Esta experiencia la recoge en “Homenaje a Cataluña”, y en ella, como digo, muestra siempre un profundo respeto por los soldados enemigos. Aún sabiendo que su objetivo es “matar fascistas”. Puede que además del espíritu idealista le impulsara el amor y curiosidad por nuestro país que siempre manifestó. Incluso llega a dejar escrito que lamentó enormemente haber podido ver sólo el noreste del país y no haber podido volver nunca a causa de la victoria de Franco. Además de su amor a nuestro país nos muestra también gran respeto y admiración por los españoles, a los que califica, entre otras virtudes, de “tremendamente generosos, no sólo en el plano material, sino en todos los aspectos”. “Si a un español oculto en su puesto le pasa un tiro realizado a doscientos metros a un palmo de su cara, en cuanto consiga ponerse a salvo en su trinchera exclamará “ese fascista hijo de puta es un magnífico tirador”, mientras que un inglés se cortaría la mano antes de hacer semejante concesión”.


Una vez, en uno de sus artículos, escribió, “Si uno mira dentro de si mismo, ¿quién es, Don Quijote o Sancho Panza? Casi con toda seguridad, uno es ambos”. Esa delgada línea entre el idealismo y el cinismo es uno de los valores más representativos de este escritor del que tanto he aprendido y al que tanto admiro. Valgan las torpes líneas que yo pueda dedicarle como mi pequeño homenaje personal a este maestro: Eric Arthur Blair, George Orwell.


PD: Con mucho cariño, y especialmente, a mi amigo Alberto "Koala", junto a un fuerte abrazo. A ver si consigo arrancarte una sonrisa, hijoputa.

6 comentarios:

  1. ¿Alguien me echaba de menos? Pues toma ladrillazo de los mios!!

    ResponderEliminar
  2. Perdona por haberme leído el prólogo de 1984 xD. Gran informador Orwell, gran divulgador y gran personalidad, buen escritor acrecentado por estas virtudes.

    PS: Por cierto, vaya estafador Pérez-Reverte, 18 pavos su nuevo libro, un cuentecito de revolución mexicana de 50 páginas a times new roman tamaño 40. Que yo sé que cantidad no es calidad, pero no te pases Arturito...

    ResponderEliminar
  3. 50 páginas. Es precisamente el límite que separa al folleto del libro. O eso nos han dicho en Medicina.

    Pedro, magnífico homenaje. Creo que es imposible no admirar a Orwell.

    ResponderEliminar
  4. Grandisimo Honor que tiene el ahijado Koala con la dedicación de este "ladrillo" ...
    Predilección???

    ResponderEliminar
  5. Nunca. Sólo es un cariño, no te pongas celosa. A Alberto le dedico un texto de Geoirge Orwell, a ti tendría que dedicarte uno del que mató a Paquirri o de la selección española, por ejemplo (porque GANARON).

    ResponderEliminar
  6. Gran texto, compañero. Te lo dice alguien que por razones laborales no ha podido empezar todavía el libro que le regaló su mejor amigo: 1984.
    En cuanto lo lea te diré con más conocimiento de causa si el texto es bueno o no. De momento lo has escrito bien y tocho, como tú sabes :P.

    ResponderEliminar